(1ra. parte)
La fidelidad de Dios se celebra en toda la Biblia, especialmente
en los Salmos. De hecho, cuando la palabra fidelidad aparece
en los Salmos, siempre es la fidelidad de Dios la que está a la
vista. Es una de las razones favoritas del salmista para alabarlo
(36:5; 71:22; 86:15; 100:5; 138:2).
¿Y por qué no alabarlo por ella? Cuando piensas en todas las
maravillosas promesas que Él ha hecho y te das cuenta de que
debido a Su perfecta fidelidad Él guardará de manera perfecta a todos
y a cada uno de nosotros — ¡qué asombroso! ¿Quién no querría dar
su vida a semejante Dios como éste? ¿Quién no lo elegiría para
que fuera su Dios?
Pero luego Job entra en este mundo teológico despejado y
la imagen cambia drásticamente. Job el justo, quien debe ser el
heredero de todas estas promesas de Dios y más, hereda más bien
un sufrimiento atroz. Este hombre sufriente, sentado sobre las
cenizas, nos obliga a luchar con la forma de la fidelidad de Dios.
Job me hace preguntarme, ¿Quién es exactamente este Dios quien pensé
que había elegido?
En su libro, Awed to Heaven, Rooted to Earth (Sobrecogido por el cielo,
arraigado al mundo), Walter Brueggemann ora, «No eres el Dios que
habríamos elegido.» La perturbadora verdad de esa oración resuena
en mi corazón. Porque, la verdad es que con la mayor frecuencia
habríamos elegido (y en efecto elegimos) a un dios diferente al
Dios perturbador de Job. Preferiríamos no aprender las lecciones
difíciles de la manera difícil. Preferiríamos no tener que adorar en
el desierto, donde continuamente nos llama para encontrarlo a Él
y para que Él nos encuentre a nosotros. Antes de poder comenzar,
debemos enfrentar esta verdad acerca de nosotros mismos.
El dios que pensamos que necesitamos es fiel de maneras que
comprendemos y esperamos, y expresa la fidelidad de las maneras
que elegimos. La buena noticia es que existe semejante dios. De
hecho, hay muchos de ellos — construidos de pequeños
fragmentos de versículos bíblicos que han sido pegados por la
razón y la necesidad humanas. Estos dioses siempre se mueven de
maneras predecibles, según la fórmula dada. Su fidelidad siempre
se siente bien. Casi siempre termina con resultados taquilleros. Ésa
es la buena noticia.
La mala noticia es que, ninguno de ellos representa al Dios de
la Biblia. —MC