La palabra más cariñosa que te puedo ofrecer hoy es decirte
con toda franqueza que el pecado es algo grave. El pecado no
es una metida de pata; no es una debilidad. No es un «uy.» Y
cuando elegimos pecar, bueno . . . Hebreos 10:26 nos lo dice
directamente: «Porque si continuamos pecando deliberadamente
después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no
queda sacrificio alguno por los pecados.»
Vaya — esto es grave.
Cuando hacemos del pecado nuestra elección, cruzamos la
línea. La idea aquí es una decisión racional, deliberada, y
premeditada. Cuando podría elegir hacer lo correcto y en vez de
ello elijo hacer lo malo — eso es pecado deliberado.
A veces, todos luchamos por perdonar, pero si elijo alimentar
el odio en mi corazón hacia alguna persona por días . . . o años
— eso es pecado deliberado.
Si conozco mi inclinación hacia algún pecado específico,
como la lujuria o alguna adicción, y sigo eligiéndolo y luego lo
oculto — eso es pecado deliberado.
Si sé que debo servir en la iglesia y ofrendar financieramente
al ministerio, pero no puedo porque he aceptado más trabajo del
que puedo hacer o porque he gastado más de la cuenta — eso es
pecado deliberado.
Cuando mi elección deliberada de pecar se convierte en mi
patrón de comportamiento — he cruzado la línea.
El pecado abrirá un camino de destrucción a través de tu vida
como un tornado lo hace en un campo de trigo de Kansas. Te
suplico que trates de manera agresiva con tus patrones de pecado
privados y específicos. Establece parámetros para tus actitudes y
comportamientos donde puedas lograr cierta responsabilidad.
Insiste en cambiar de adentro hacia fuera. Pon tu corazón en ser
diferente.
Ya no toleres el pecado; no racionalices con él ni juegues con
él ni lo dejes continuar mes tras mes y año tras año. Da un gran
paso y trata de manera radical con aquello que sólo traerá estragos
a tu vida. —JM