¿Algunas veces desearías que Dios no estuviera contigo
cada minuto? ¿Acaso es porque te avergüenzas de estar
donde estás? ¿O avergonzado de algo que estás
haciendo?

Recuerdo que me llamaron a la oficina del director cuando
estaba en los primeros años de la secundaria, y esto me puso muy
nervioso porque sabía que estaba en problemas. Pero la verdadera
angustia comenzó cuando vi que había alguien más en su oficina.
Mi mamá. De repente, el aire se enrareció y la habitación se hizo
más pequeña. Oh, ¡cómo deseaba que ella . . . o que yo . . .
estuviera en otro lugar!

En el Salmo 139, David describió el completo conocimiento
que Dios tenía de él. ¿Acaso David se estaba quejando? ¿Acaso
esto lo hizo claustrofóbico? De ningún modo. Era un consuelo
para David que sin importar a dónde fuera, él podía contar con
que Dios también estaría allí.

El sentimiento de ser claustrofóbico con Dios sólo puede
significar una cosa — él es demasiado omnisciente para que
nosotros nos sintamos cómodos con Él. ¿Podría ser un pecado que
intentemos escondernos? ¿O una clara instrucción de parte de Él
de que nos negamos a obedecer?

Cuando estamos bien con Dios, disfrutamos de Su compañía.
Esperamos pasar tiempo con Él. No nos avergüenza que Él nos
oiga contar un chiste o participar en una conversación al teléfono
con algún amigo. Queremos compartir nuestros sentimientos
más profundos con Él. No tenemos temor d Él como un amo
cruel que quiere golpearnos para que le seamos sumisos. No es
un jefe injusto que espera abalanzarse sobre nosotros por haber
cometido otro error. Ni es un profesor malicioso que disfruta
reprobando alumnos.

Él es nuestro Padre. Es nuestro Salvador. Es nuestro Defensor.
Nos ama. Nos da poder. Él desea y conoce el mejor curso para
nuestras vidas. Y en vez de un sentimiento claustrofóbico de
que Él siempre está allí, observando cada uno de nuestros
movimientos, podemos estar cómodos en Su presencia.
Nadie nos conoce mejor —ni nos ama más— que Dios. —CK