Los evolucionistas Darwinianos nos dicen que
descendemos de un simio. Sé que no es así porque creo en
la Biblia, y . . .

Las estrellas y los planetas me llenan de reverencia y
admiración.

La belleza me conmueve.

He hecho música y disfruto de ella.

He creado cosas nuevas y diferentes.

Me va de maravilla y sobrevivo con el uso de herramientas
manufacturadas.

Me siento responsable del cuidado de los animales de
garantizar su supervivencia.

Controlo mis instintos naturales guiado por principios
morales.

Tengo la libertad de hacer elecciones y a menudo me cuesta
muchísimo decidirme en cuanto a ellas.
Hago cálculos matemáticos y los uso para propósitos
prácticos.

Teorizo, me proyecto, y planifico.

Reconozco que puedo tanto ofender como perdonar a
los demás.

Sufro cuando otros sufren.

Siento responsabilidad hacia mi familia y mi comunidad.
Trabajo para la trascendencia del orden social y la
comprendo.

Elijo vivir mi vida guiado por una filosofía y teología.
Me pregunto acerca de la muerte y deseo la inmortalidad.
Lloro — tanto de pena como de gozo.

Peco y siento culpa por ello.

Me comunico con mi Creador y lo adoro.

Debido a que el ADN humano es similar al ADN de los
animales y otras cosas vivientes, muchos creen que esto indica
una fuente común. Creo que tienen razón. Sin embargo, la fuente
no se encuentra en nuestra materia común sino en nuestro
Hacedor común.

Cuando consideras todas las formas en que un ser humano
difiere del animal «más cercano» en el esquema darviniano, tienes
que concluir junto con el salmista que la criatura hecha a la
imagen de Dios, en efecto, «maravillosamente» h[a] sido hecho
(Salmo 139:14). El diseño de la humanidad es formidable. —DO