Había sido una gran semana de campamento para Colin, de seis años de edad. Con regocijo, repetidamente había conquistado un tobogán de agua de 90 metros diseñado para infligir el máximo daño en traseros más maduros. Él había saltado a través de las olas sobre un catamarán impulsado por vientos de 40 kph, y había derrotado a muchachos de la secundaria en el carpetball — una especie de versión «full-contact»de shuffleboardcon bolas de billar.
Tal vez el torrente de adrenalina que viene de estar colgado con adolescentes inclinados a las emociones había distorsiondo su pensamiento. Lo que sea que fuere, Colin no comprendió totalmente el significado matemático de una «pared para escalar de 15 metros.» Y así comenzó a escalar la pared desenfrenadamente, hasta que, a medio camino . . . miró hacia abajo.
De repente, el efecto embriagador de conquistar todos los desafíos de la vida se evaporó con una saludable dosis de acrofobia. El muchachito, visiblemente tenso, su cuerpo tratanto inútilmente de fusionarse con la pared.
«Colin, ¿quieres bajar?» Su madre le gritó. Un vigoroso movimiento de cabeza asintiendo transmitió su conformidad con realizar el descenso, y pronto Colin plantó sus pies número 4 en tierra firme.
Es probable que Pedro, más que cualquiera de los demás discípulos, pudiera identificarse con el aire invencible de un niño aventurero. Cuando los discípulos confundieron a Jesús con un fantasma que caminaba hacia ellos en el mar, fue Pedro quien dijo, «Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas» (Mateo 14:28).
Tendemos a recordar el temor de Pedro, el cual lo hizo comenzar a hundirse a la mitad de su recorrido. Pero Pedro rápidamente gritó a hundirse a la mitad de su recorrido. Pero Pedro rápidamente gritó pidiendo la ayuda de Jesús, la cual vino al instante (v. 30-31). Él sigue siendo el único ser humano que se atrevió a caminar sobre las olas hacia su Maestro.
La espontaneidad no es una característica terrible, si le permitimos al Espíritu Santo que le ponga arreos a nuestra exuberancia. Un sentido de la aventura que sea como el de un niño —al ir mezclada con una fe en Jesús que sea como la de un niño— hacen una combinación fantástica.
Gracias, Señor, por los desafíos que nos llevan más allá de lo que queremos ir. Gracias porque, a medida que escalamos las paredes para escalar, Tu ayuda está sólo a un grito de distancia. —TG