La pornografía, tal y como lo puso un comentarista, se ha convertido en «el papel tapiz de nuestra sociedad». Al ya no estar confinada a las revistas forradas con papel de estraza que alguna vez estuvieron escondidas debajo de los mostradores de las tiendas, la ética sexual del deseo desenfrenado se promociona por todas partes. Programas tales como Friends (Amigos) y Frasier, ilustran múltiples relaciones sexuales como algo cotidiano. Por medio de las carteleras, la música, las revistas, y los anuncios en la radio, el señuelo sexual nos llega simultáneamente en numerosos canales.

Nuestra sociedad llega a tener un gran parecido con los tiempos del Nuevo Testamento. Los griegos y los romanos de esos días no consideraban que la inmoralidad sexual fuera gran cosa. El adulterio era común, y la castidad era considerada una restricción innecesaria. Los creyentes en Jesús estaban rodeados de estas prácticas — al igual que nosotros hoy.

Las tentaciones son reales. Pero ante tales atracciones inmorales el apóstol Pablo mantuvo en alto el brillante estándar de la santidad a la imagen de Cristo. Se ha de celebrar la virginidad, se ha de honrar la fidelidad en el matrimonio, y se ha de cumplir con los límites dados por Dios para el deseo y la pasión.

Pablo no dio libertad alguna en esta área. La pureza sexual es una disciplina a aprenderse (v.4). Pecados como el adulterio dañan a los cónyuges, a la familia, y a los amigos, y no quedarán impunes (v. 6). Pablo incluso sugirió que rechazar el estándar de Dios es como decirle no en Su cara, por cuanto el Espíritu Santo nos ha sido dado para hacernos . . . bueno . . . santos.

Este último punto es importante. No estamos solos en nuestra batalla contra la tentación sexual. El Espíritu, quien vive dentro de nosotros, nos llama a alejarnos, a voltear la página, y a cambiar el canal en los señuelos que pueden cautivar nuestras mentes y alentar un comportamiento dañino.

Las recompensas de la pureza son grandes — matrimonios fuertes, relaciones armoniosas, el placer incomparable de la satisfacción aplazada. El secreto para combatir la tentación entonces es escuchar los urgentes llamados del Espíritu Santo, recordar las recompensas, y saber que a Dios le agrada nuestra ofrenda de pureza.  —SV