No podías atrapar a Jeremy sin que estuviera sonriendo. Ya sea que estuviera cantando con el karaoke en casa, trabajando con los pequeños en el ala infantil de la iglesia, o de campamento con la familia, Jeremy tenía una sonrisa para todos. Y sonreía aun cuando tenía que ir al hospital.
Para Jeremy, ir al hospital no era la gran cosa. Pasaba más tiempo allí que el tiempo que la mayoría de los niños pasa en la escuela. Verás, Jeremy tenía fibrosis cística. Había estado enfermo hasta donde podía recordar. Tenía que pasar por tratamientos diarios para que lo ayudaran a respirar. Y cuando las cosas se ponían feas, iba derecho al hospital para un cuidado más intensivo.
Pero Jeremy no veía cada día como un sufrimiento. Lo veía como un regalo. Así que sonreía, y traía gozo a los demás. Cuando estaba en el hospital siendo un adolescente, hacía estrellas de papel para cada nuevo paciente que ingresaba, y las colgaba en el pasillo. Jeremy era un gozo tan grande que los trabajadores del hospital hacían cambios en las habitaciones que les habían sido asignadas para asegurarse de tener una oportunidad de trabajar con él.
Cuando Jeremy tenía 22 años, su cuerpo finalmente no dio más. Pasó su última noche en la tierra junto con su familia, mientras ellos se sentaban alrededor de su cama y juntos cantaban algunas de las canciones cristianas favoritas de Jeremy. Jeremy sonrió todo el tiempo que pudo — y luego dejó a su familia atrás para unirse allá arriba con Jesús y prepararse para su uperfecto cuerpo nuevo. En su funeral, sus padres terminaron su mini-biografía de Jeremy con estas palabras: «Canta ahora con los ángeles Jeremy. Lo que nos enseñaste acerca del amor, del valor, y de la vida siempre estará con nosotros.»
Sin quejarse, sonriendo, cantando, tendiéndole la mano a los demás. Jeremy King se regocijó a lo largo de una vida de dolor y sufrimiento. No debido a su sufrimiento, sino durante éste y a pesar de éste. Él vivió Romanos 5:3, y nos mostró al resto de nosotros una mejor manera de manejar los momentos duros de la vida. Su fe en Jesús era tan real que se veía en su rostro y en su sonrisa, sin importar cuán horrible se sintiera físicamente.
Podemos aprender mucho de un Rey llamado Jeremy. —JDB