Fue un día para recordar. Los profetas de Baal fueron avergonzados; sus frenéticos gemidos a Baal para que hiciera llover fuego fueron ignorados. Horas de ruego y de heridas autoinfligidas no habían conmovido a su indiferente dios.
Luego Elías hizo una sencilla oración, pidiéndole a Dios que se manifestara. Cayó el fuego, consumiendo el buey del sacrificio. El calor abrasador devoró la madera y la piedra del altar.
Todo el día fue una victoria aplastante de Dios-Elías. El pueblo se volvió contra los profetas de Baal y los asesinaron a todos. Luego Elías declaró el fin de la larga sequía, y se formaron las nubes de lluvia. Para coronarla, Dios le dio una velocidad sobrenatural, y corrió contra el carro del rey montaña abajo . . . y ganó.
Sin embargo, cuando Elías regresó a Jezreel, a la reina Jezabel no le pareció nada del otro mundo. Le mandó decir a Elías que sus días estaban contados.
No esperaríamos que Elías se preocupara demasiado por esto. Había visto fuego caer del cielo y que éste devorara piedras, 450 profetas derrotados de manera aplastante, el fin de una sequía, y había corrido una asombrosa maratón que se narraría una y otra vez por años. ¿Qué poder podría tener una amenaza en este día?
Pero Elías se ciñó la ropa y se dirigió al desierto. Se rindió. Dejó a su compañero, se adentró en el desierto, y le dijo a Dios que quería morir. Estaba acabado. ¿Cómo pudo derrumbarse de la cumbre al abismo? Nosotros podríamos hacernos la misma pregunta?
Puede que nunca hayas estado en el Monte Carmelo, pero puedes identificarte con el abrupto cambio de Elías. Dios había actuado, Dios había hablado, y todo era bueno. Él proveyó para tus necesidades, te dio cierto éxito, te ofreció esperanza. Estuviste agradecido. Pero luego las cosas cambiaron, y tu esperanza se apagó. ¿Qué está haciendo Dios ahora?
Y aquí estamos sentados junto con Elías en el desierto . . . solos y decepcionados. Algunas veces, tal vez a menudo, Dios no responde cuando llamamos. No terminaremos este capítulo de la historia tal y como lo esperamos. En estos tiempos, Él nos pide que recordemos que Él es Dios. No nosotros. Cuando olvidamos esta realidad, de hecho que sigue la decepción. —WC