He estado viviendo peligrosamente. Hace dos años dejé que expirara la suscripción de mi programa antivirus. No pasó nada malo, así que no la renové. Sin embargo, después de chaberme salvado con las justas unas cuantas veces, finalmente decidí que mejor actualizaba mi suscripción.
Increíblemente, el mismo día que cargué y registré mi nuevo programa de protección, mi computadora fue infectada po spyware. Pasé semanas tratando de deshacerme del invasor — y tratando de procesar mis emociones. Me sentí como que había sido engañado. El producto que prometía protección me había hecho más bien vulnerable.
Consideré eliminar el programa, esperando que todo volviera a la normalidad. Sin embargo, antes de hacerlo, hice un descubrimiento. El pirata no había invadido mi computadora el día que cargué el programa. En vez de ello, el programa que cargué ese día simplemente quitó la cubierta del pirata que había estado allí acechando y realizando su trabajo insidioso en secreto.
Algo parecido sucede cuando vivimos peligrosamente en nuestras vidas espirituales. Nos alejamos de Dios sin consecuencia notoria alguna. Asumiendo que nuestro estilo de vida descuidado no hace diferencia alguna, deambulamos aún más lejos — hasta que algunas situaciones en las que nos hemos salvado con las justas nos asustan y hacen que renovemos nuestra relación con Dios. Pero entonces de repente, nuestra vida se viene abajo, y nos sentimos engañados. Nos volvimos a Dios esperando protección pero en vez de ello recibimos problemas.
Lentamente nos damos cuenta que volvernos a Dios no deshace automáticamente el daño que comenzó como resultado de las malas elecciones que hicimos mientras estábamos lejos de Él.
Sin embargo, lo más importante que debemos darnos cuenta es que Dios es más que una pared protectora espiritual contra el daño. Él tiene un propósito para Su pueblo que está por encima y que va más allá de ayudarnos a evitar los problemas. Por medio del profeta Isaías, Dios le dijo a Su pueblo que quería que fuera Su socio para proteger a los demás de los problemas (58:6).
Si todo lo que queremos de Dios es protección contra el peligro, nos perderemos del importante propósito que Dios tiene para nosotros — la oportunidad de ser Sus socios para salvar al mundo del verdadero peligro. —JAL