Justo cuando estás comenzando a cenar, te interrumpe el teléfono. Una persona que habla rápido comienza a contarte acerca de las ventanas de repuesto que su compañía te ofrece para tu hogar con una rebaja del 30%. Amablemente, rechazas su oferta.
Tres minutos después — otra llamada. Esta vez es una organización de servicio policial pidiendo donaciones. Durante el postre, una voz computarizada te ofrece unas vacaciones de tres días y dos noches en una multipropiedad en Orlando, con una oportunidad de inscribirse para una semana cada año, con un descuento. Unos cuantos días después, en medio de una siesta del domingo por la tarde, el sonido del teléfono te trae una oferta para refinanciar tu casa.
¡Eso es el colmo! Llamas al número gratuito y añades tu nombre a la lista nacional de personas a quienes no llamar, uniéndote así a millones de estadounidenses. Las llamadas de telemercadeo cesan, pueden cenar en paz, y pasar una tarde de domingo sin que te despierten.
Pero tenemos que tener cuidado de no bloquear las llamadas de Dios. En nuestro entusiasmo por ahuyentar las interrupciones indeseadas en nuestras vidas, no debemos ahuyentarlo a Él. Si no hemos oído de Dios últimamente, tal vez sea porque le hemos hecho saber que no queremos Sus llamadas.
Aunque Jeremías vivió en los tiempos de mayor tribulación de Judá, se aseguró de mantener abierta la línea entre él y Dios. Durante muchos años, transmitió fielmente los mensajes de Dios a Su pueblo. Cuando «la palabra del Señor» venía a Jeremías, él respondía (Jeremías 1:4-10). Él obedecía la voz de Dios y se convirtió en Su vocero.
¿Has oído de Dios últimamente? Ya sea por medio de un sermón o en Su Palabra, ¿te ha estado instando a hacer algún acto de bondad, a dar un poquito más, o a decir algunas palabras en Su nombre? Si no es así, tal vez sea porque te has puesto en una lista de personas a quienes no llamar. —DCE