Caminaba por el restaurante lleno de gente buscando una mesa vacía donde colocar el plato que había llenado del buffet para el desayuno. Finalmente, detecté a una pareja sola en una mesa. Me aproximé y pregunté si compartirían su mesa. Pronto llegó mi esposo Tom y nos presentamos a la pareja y comenzamos a conversar. Hacia el final de nuestra comida y mientras los hombres seguían conversando, Grace se inclinó hacia mí y me preguntó quedamente, «¿Ama usted a Jesús?».
Respondí con mi mayor sonrisa, «Sí, amo a Jesús».
Ahora ambas sonreímos. Habíamos entablado una conexión y comenzamos a hablar con facilidad acerca de nuestra fe mutual. Terminamos pasando un par de horas juntos esa mañana mientras Grace nos contaba cómo se había convertido del judaísmo al cristianismo en 1987, cómo su esposo había sido salvo, y cómo Dios había restaurado su matrimonio tambaleante.
Más tarde, al pensar en nuestra conversación, me pregunté si le habría demandado algún valor a Grace hacerme esa pregunta de esa manera. Después de todo, ella podría haber hecho una pregunta «más segura»: «¿Va a la iglesia?» o «¿Cree en Dios?» Pero Grace fue directo al punto. «¿Ama usted a Jesús?» No me había demandado valor alguno responder a la pregunta de Grace. Después de todo, sabía que me encontraba en territorio amistoso. En Juan 18 leemos que luego de que Jesús fuera arrestado y mientras estaba recibiendo un trato despiadado, ¡Su discípulo y buen amigo Pedro afirmaba que ni siquiera lo conocía! No sólo una vez, sino tres. Cuán a menudo los creyentes en Jesús hemos pensado, ¡yo jamás habría hecho eso! Pero para aquéllos de nosotros que no viven en sociedades donde se persigue a los cristianos, es muy poco lo que se ha de temer al declarar que amamos a Jesús.
Para nosotros, el valor radical más en nuestra disposición a hacer la pregunta. Demasiadas veces nos contenemos con aprehensión — ¿Temerosos de qué? ¿De ofender? ¿De avergonzarnos o de avergonzar a la otra persona? ¿O tal vez de no querer terminar una conversación placentera de manera abrupta?
Pero ése no fue el caso de Grace. Su pregunta valerosa reflejó lo que fluía de su corazón. El amor y la gracia de Jesús. —CK