Era tarde, pero Meredith, angustiada y llorosa, necesitaba hablar. Unas horas antes esa misma noche, su novio había suspendido su boda. Ahora, ella enfrentaba la humillante tarea de dar la noticia a familiares y amigos, así como de envolver y regresar todos esos bellos regalos de compromiso. El dolor era profundo en el corazón de Meredith, porque años atrás otro amor le había hecho lo mismo.

Sin embargo, un par de meses después, Meredith pudo compartir con un pequeño grupo de amigos cercanos: «No quiero volver a pasar por esto otra vez ¡pero ha sido bueno! Nunca sentí a Dios tan cerca de mí como en estos últimos meses.»

¿Has tenido esa experiencia, en la que Dios parece estar más cerca que nunca durante una crisis que nunca más quisieras repetir?
Para mí, el número de páginas en el diario dedicadas a un año indican lo bueno o lo malo que fue. Mi diario para el 2001 es bastante escaso, mientras que el correspondiente a 1998 está repleto de preocupaciones y temores. Sin embargo, la edición de ese año contiene algunas de las lecciones que aprendí que más han cambiado mi vida y dirigido mi destino.

Dios no desperdicia nada, ni siquiera el sufrimiento. Él puede usar nuestro dolor para construir nuestra fe, incluso cuando el sufrimiento es resultado del pecado. La aventura amorosa del rey David con Betsabé dio como resultado muerte y dolor, y el niño que nació de esa unión se perdió en el juicio a David (2 Samuel 12:14).

Luego, en el tiempo de Dios, nació Salomón (2 Samuel 12:24). Al ofrecérsele cualquier cosa que quisiese, este hombre eligió pedir sabiduría (1 Reyes 3:5-9). Se convirtió en rey de Israel y compuso muchos de los proverbios que disfrutamos hoy (véase Proverbios 10—22:16, 25—29, Salmos 72 y 127). El mundo hubiera sido mejor sin el fracaso personal de David, pero hubiera sido más pobre sin Salomón.

Ni el sufrimiento ni el pecado están más allá del alcance redentor de Dios. El dolor tampoco deja de tener sus recompensas. «Nos gloriamos en las tribulaciones —escribió el apóstol Pablo— sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza» (Romanos 5:3-4).

Es alentador saber que el dolor que sentimos puede ser usado por Dios de bellas maneras.  —SV