Con tantas traducciones excelentes de la Biblia de dónde elegir en estos días, es difícil comprender que por más de 350 años, gran parte del mundo de habla inglesa usó una sola versión. Desde su traducción en 1611 hasta mediados del siglo XX, la Versión del rey Jacobo fue la Biblia, tanto en el hogar como en el púlpito.

Hoy, a algunas personas les produce una reacción de rechazo el lenguaje de esta versión. Pero todavía hay algo bello cuando se escucha la lectura en voz alta del Salmo 23 en la Versión del rey Jacobo [cuyo equivalente en el idioma castellano sería la Versión Reina Valera]:

«Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma.…»

Parte del perdurable atractivo de la Biblia del rey Jacobo tiene que ver con su método de traducción. En su libro The Secretaries of God[Los secretarios de Dios], Simon Winchester habla de la gran sensibilidad de los traductores hacia la palabra hablada. Estos eruditos de las lenguas antiguas estaban decididos a transmitir, no sólo el significado exacto al inglés del hebreo y del griego, sino que también se preocuparon por su sonido. Esto significaba escuchar cuidadosamente las palabras traducidas. Winchester escribió:

«Los doce estaban sentados en la habitación escuchando.… Este es el reino de lo hablado. El oído es el órgano regidor de esta prosa; la palabra hablada es la palabra oída, y lo que rige para la aceptabilidad de un versículo en particular no sólo es la exactitud, sino también [el buen sonido].»

El apóstol Pablo también comprendía el poder de la palabra hablada. Él instruyó al joven pastor Timoteo: «Ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza» (1 Timoteo 4:13). Pablo sabía que la Palabra de Dios conmueve el corazón de una manera especial cuando se lee en voz alta.

Así que, ya sea que se trate de una traducción contemporánea de la Biblia o de la versión del rey Jacobo, lo que realmente interesa es un espíritu oidor que aprecie tanto el significado como el sonido de la Palabra de Dios. En tus propios momentos personales con Jesús, durante los devocionales familiares, o en la iglesia, recuerda el poder de la Palabra hablada, ¡y busca oportunidades para leerla en voz alta!  —DF