¿Alguna vez has tenido alguna experiencia en la que te salvaste «por un pelo» y que pareció algo casi sobrenatural?  Algunos creen que estas cosas sólo  suceden por casualidad. Pero para un creyente, la Biblia enseña que tras las bambalinas de la vida existe una red de ángeles asignados para proteger (Hebreos 1:14).

El ministerio de los ángeles para los creyentes es una enseñanza vital en la Biblia. Estos agentes sobrenaturales siguen su descripción de trabajo revelado de manera divina. Ellos:
•  Ayudan en tiempo de necesidad (Hebreos 1:14).
•  Son algunas veces enviados por Dios en respuesta a la oración (Hechos 12:7).
•  Observan la respuesta del creyente a la vida (1 Co. 4:9; 1 Ti. 5:21; Lucas 15:10).
•  Guían a los creyentes al cielo después de la muerte (Lucas 16:22)

Algunas personas concluyen que se supone que estos seres espirituales nos protejan de todo daño. Pero eso no es lo que la Biblia enseña. Jesús mismo dijo que podría haber llamado a doce legiones de ángeles para protegerlo (Mateo 26:53). Pero en vez de ello aceptó la ayuda de sólo un ángel y fue para fortalecerlo para que cumpliera su misión de morir en la cruz (Lucas 22:43). Tanto Pedro como Pablo recibieron asistencia angelical que iba desde la liberación de la prisión hasta la supervivencia de un naufragio (Hechos 12:7; 27:23-24). Pero a pesar de estos actos espectaculares de intervención divina, ambos fueron perseguidos y finalmente murieron en el martirio (2 Pedro 1:12-15; 2 Timoteo 4:6-8).

Entonces, ¿por qué tener un ángel de la guardia si nos pueden pasar cosas malas? Estos emisarios espirituales actúan para permitirnos completar nuestra misión. Pero no interfieren con las pruebas que Dios quiere usar para moldear nuestro carácter.

Él usa la decepción y los problemas para hacernos más fuertes. «Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia» (Romanos 5:3).

La asignación de ángeles no es para hacernos sentir cómodos sino para garantizar que cumplamos nuestra misión. La próxima vez que tengas una experiencia peligrosa en la que fuiste salvado «por un pelo», pregúntate: «¿Qué es lo que Dios me ha dejado para hacer?»  —DF