En un instituto bíblico ruso adonde yo enseñaba, un miembro del personal ingresó en el salón mientras estaba dando mi examen final a los alumnos. Con los brazos cruzados, observó atentamente mientras los alumnos comenzaban a escribir las respuestas. Luego, en voz baja, pidió a uno de los jóvenes que se trasladara a un pupitre separado de los demás. Había observado que éste estaba haciendo trampa. Cuando califiqué los exámenes vi que el alumno en cuestión tenía las primeras preguntas contestadas correctamente, pero luego, la mayoría de las respuestas estaban en blanco o equivocadas.
De vez en cuando he encontrado el mismo problema en otros países adonde he enseñado. Hacer trampa también se ha generalizado en los EE.UU. Un artículo en la revista Parade pregunta: «¿Somos una nación de tramposos?» Comienza con las palabras: «¡Pues así parece!». Luego ofrece esta evidencia extraída del libro The Cheating Culture[La cultura que hace trampa], escrito por David Callahan:
• Los ejecutivos y los empleados roban $600 mil millones de sus compañías cada año.
• El 74% de los estudiantes a nivel secundario dice que ha hecho trampa.
• El 90% de los estudiantes universitarios dice que ha mentido para incrementar sus posibilidades de obtener un buen empleo.
• Casi el 50% de los currículoscontienen mentiras descaradas.
Hacer trampa es un problema cada vez mayor, incluso en los institutos y las universidades cristianas. En una ocasión, una joven que había copiado un ensayo directamente de la Internet se puso furiosa conmigo porque no le daba crédito por haber culminado la tarea.
El apóstol Pablo dijo que es mejor que un creyente en Jesús sea víctima de injusticia o de engaño a que sea él quien engañe. Luego comentó: «Por el contrario, vosotros mismos cometéis injusticias y defraudáis, y esto a los hermanos» (1 Corintios 6:7-8).
He aquí una solución sencilla. Si nunca hacemos trampa, nunca tendremos que enfrentar el pesar y la humillación de nuestras acciones insensatas. Lo que es más importante, estarem obedeciendo a Dios. —DCE