Un día, mi hija de cinco años de edad llegó a casa del kindergarten sin su abrigo. Había hecho frío y había llovido ese día, y todo lo que podía imaginarme era a mi hijita, afuera, en un recreo obligatorio de 30 minutos de duración con sólo una sudadera que la mantuviera abrigada a una temperatura de 2°C. Es algo perturbador para una madre cuando piensa que su hijo o hija está afuera en el frío sin protección alguna.
Estaba por dar mi mejor discurso acerca de lo importante que es usar un abrigo, y que ella tiene que ser más responsable y no perderlo, etc., cuando Aleigha me dijo tranquilamente: «Mi amiga no tiene un abrigo grueso, así que le di el mío.» Y decidió que, de ahora en adelante, ella tendría que llevar dos abrigos al colegio todos los días… por si acaso algún amigo no tenía ninguno.
Mi gran sermón fue instantáneamente reemplazado por un sentimiento de orgullo por mi hija y humildad al preguntarme si yo habría hecho lo mismo. Su acto de abnegación me detuvo y me hizo pensar en mi vida y en mi actitud en cuanto a dar.
La generosidad y abnegación de Aleigha por su amiga refleja lo que Jesús vino a enseñarnos: «Y al que quiera … quitarte la túnica, déjale también la capa.… Al que te pida, dale; y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda» (Mateo 5:40, 42). Fuimos creados para este tipo de cosas: buenas obras (Efesios 2:10); actos de bondad al azar; ayuda a los demás. Está en nuestra naturaleza, en nuestra nueva naturaleza, dar y hacer cosas bue Eso es lo que somos.
Estoy asombrada por lo que Jesús sacrificó por mí. Debido a lo que Él ha hecho puedo mostrar mi gratitud dando a los demás, incluso si eso significa que tenga que renunciar a algo que necesito… incluyendo un abrigo de invierno. —AS