Estaba realizando el más sagrado de los deberes: el lavado de la ropa. Exhausto, me sentía como la ropa sucia de la semana que caía en la lavadora. Alcancé el envase plástico blanco que estaba en la repisa, derramé una medida del polvo granulado, cerré la tapa, activé la lavadora en «lavado máximo», y regresé a la sala.
La primera señal de problemas vino cuando percibí un olor raro. Cansado después de una semana de estudio y trabajo, rápidamente olvidé la extraña fragancia. Fui a la lavandería para colgar mi ropa que ya estaba limpia y lista, abrí la tapa, metí la mano para tomar el puñado de ropa… y me quedé mirando lleno de asombro.
Mis sábanas quedaron hechas jirones en mis manos. Lo siguiente que salió fue un par de blue jeans… con gigantescos agujeros a través de las piernas. ¡Y mi camisa negra favorita salió de color naranja! ¿Qué había hecho!
Me rasqué la cabeza y vi el envase blanco sobre la repisa. Luego me di cuenta de todo de una manera dolorosa. En medio de mi cansancio no había tomado el envase de detergente para lavado, ¡sino cloro para piscinas! ¡Había destruido toda la carga de ropa! Y para empeorar las cosas, había intentado ser amable y también incluí en el lavado algunas de las mejores camisas de vestir ¡de mi papá!
Aquella no era la primera vez que me desenfocaba y veía algo de manera incorrecta. Cuando enfrento pruebas, crisis y fatiga, me puedo aturdir y fácilmente pierdo la perspectiva.
En medio de la confusión de la vida también podemos quedarnos ciegos ante Dios. La neblina puede aparecer y nos quedarnos ciegos ante Dios. La neblina puede aparecer y nos preguntamos dónde está Dios. Necesitamos volver a abrir los ojos para ver Su actuar a nuestro alrededor. El Dios que en forma humana —Jesús— vino a buscar y a salvar a lo que se había perdido (Lucas 19:10), y que deja a las 99 ovejas para buscar a la que se había perdido (Lucas 15:3-7), es el mismo Dios cuyos ojos en este mismo momento están escudriñando la tierra en busca de aquellos que necesitan que su fe sea fortalecida (2 Crónicas 16:9). Él está obrando en nosotros «tanto el querer como el hacer, para su beneplácito» (Filipenses 2:13).
Buscando, examinando, obrando… Dios está activo en todas partes, justo ahora, en ti, en mí y en el mundo. Volvamos a abrir los ojos. —SV