Durante una época de crisis económica y noticias deprimentes, dos alumnos de la Universidad Purdue decidieron elevar el espíritu de la gente del campus con palabras alentadoras. Todos los miércoles por la tarde, durante dos horas, Cameron Brown y Brett Westcott se paraban junto a una concurrida acera, con un cartel grande que decía «Elogios gratuitos», y expresaban cosas agradables a todos los que pasaban. «Me gusta tu abrigo rojo». «Qué lindas botas para nieve». «Hermosa sonrisa». Algunos estudiantes decían que, todos los miércoles, pasaban a propósito por donde estaban «los chicos de los elogios», solo para oír comentarios amables.
Quedé impactado por estos dos jóvenes, que miraban a la gente con el propósito de elogiarla, en vez de buscar algún error o de criticar. Nosotros, como seguidores de Cristo, ¿es así como vemos a los demás todos los días?
En lugar de ser como esa persona que se concentra en las cosas malas y cuyas palabras son «como llama de fuego» (Proverbios 16:27), podemos adoptar un enfoque diferente, al saber que lo que decimos surge de lo más profundo de nuestro ser. «El corazón del sabio hace prudente su boca, y añade gracia a sus labios. Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos» (vv. 23-24).
Las palabras agradables pueden ser gratis, pero elevan el alma de manera inapreciable. ¿Por qué no animas hoy a alguien?