Tengo un amigo cuyas tarjetas de anotaciones tienen impreso un cuadro de El pensador, la famosa escultura de Rodín, que muestra a un hombre reflexionando profundamente. Debajo de la foto, aparece esta inscripción: «La vida no es justa».
En verdad, no lo es, y cualquier teoría que insista con que esta vida es justa demuestra ser ilusoria y engañosa.
No obstante, a pesar de las abrumadoras injusticias de la vida, David, en el Salmo 37, ora para no vengarse y, en su lugar, descansar en el Señor y esperar con paciencia hasta que Él traiga justicia a esta tierra en el momento oportuno (v. 7). «Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra» (v. 9).
Nuestra ira tiende a ser vengativa y punitiva; sin embargo, la de Dios carece de todo interés personal y es apaciguada por la misericordia. La ira puede ser incluso una muestra de Su amor incesante, que llegue a producir arrepentimiento y fe en nuestros opositores. Por lo tanto, no debemos vengarnos por nuestra cuenta, «… porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. […]. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12:19, 21).
Esto debe comenzar en el corazón, la fuente de donde fluyen todas las cuestiones de la vida. Quiera Dios que dejemos el enojo, que abandonemos la ira y que esperemos pacientemente en el Señor.