Durante la temporada 2009 de fútbol americano universitario, Colt McCoy, quarterback del equipo de la Universidad de Texas, cuando lo entrevistaban después de los encuentros, siempre empezaba dando gracias a Dios por la oportunidad de poder jugar. Al comienzo del campeonato nacional, se había lesionado y tuvo que ver desde el banquillo cómo perdía su equipo.
Después del partido, le dijo a un periodista de televisión: «Hubiese dado todo lo que tengo por haber podido jugar con mi equipo […]. Siempre le doy gloria a Dios. Nunca cuestiono por qué pasan las cosas. El Señor tiene el control sobre mi vida y sé que, si nada más existiera, estoy afirmado sobre la Roca».
El apóstol Pablo atravesó muchas veces la experiencia de ser liberado por Dios, pero no insistió en que las cosas se hicieran como él quería. Desde la prisión en Roma, le escribió a Timoteo: «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano» (2 Timoteo 4:6). Alguien podría decir que Pablo no logró sus metas y que estaba terminando su vida derrotado. Pero él lo veía de otro modo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (v. 7). Tenía la mirada puesta en el futuro, en la corona eterna (v. 8).
A medida que caminamos con Dios, podemos alabarlo por Su fidelidad.