Debo confesar que el cielo no me emociona tanto. Veo las interpretaciones de los artistas y escucho las descripciones bíblicas. Por alguna razón, simplemente no provoca reacción alguna en mí. ¿Qué es lo que me pasa?alguna en mí. ¿Qué es lo que me pasa?
Leo las eternas esperanzas de Pablo y no puedo negar cómo esta mirada fija en el cielo alimentaba su pasión por la vida. La historia de la Iglesia narra las historias de antiguos mártires que murieron con el gozo del cielo en sus labios. Mi propio abuelo dedicó sus últimos días a esperar con añoranza su morada final. Pero yo no. Con toda honestidad, admito que el cielo parece un poquito aburrido, incluso a veces un poquito espeluznante.
En el libro de Apocalipsis, el cual contiene las descripciones más meticulosas que tenemos del cielo, se nos confronta con una realidad perturbadora. No pensamos lo suficiente en el cielo porque no pensamos lo suficiente en Dios
Más allá de las descripciones metafóricas del mar de cristal y de las calles de oro, el relato de Juan acerca de la fuerte voz que escuchó proveniente del trono celestial es el que nos da la mejor sinopsis del cielo. Esta voz anuncia a los nuevos cielos simplemente como el lugar adonde Dios está y vive con las personas.
El cielo es bueno. Es un lugar de placer, de adoración y de fantástica comida en un gran banquete. Lo sé, pero todavía no resuena. He pasado por alto porqué el cielo es bueno.
El cielo es la culminación de mis deseos más profundos. El cielo s mi verdadero hogar. Estas son realidades debido al axioma fundamental de que el cielo es todo lo que es Dios.
La lucha por reconocer al cielo como placer es la luchar por ver a Dios como placer. Cuando no puedo ver el encanto del cielo, es porque mi apetito de Dios de alguna manera se ha debilitado. La respuesta a mi dilema no es embarcarme en algún curso frenético e intensivo para incrementar mi apetito de Dios. El deseo del cielo —el deseo de Dios— ya ha sido implantado en los corazones del pueblo de Dios.
La salida es comenzar a permitirme a mí mismo sentir el peso de este mundo. Al hacerme más plenamente consciente de todo lo que nunca se quiso que experimentáramos, comenzaré a anhelar el hogar celestial. —WC