Imagina que hay una compañía de automóviles que le dará un automóvil recién salido de fábrica a aquella persona cuyo nombre salga de un sombrero.
¡SORPRESA! Tu nombre es el que sale. Estás muy emocionado, pero cuando llega el día de conocer tu automóvil nuevo… ¡quedas atónito al descubrir que el automóvil carece de todo lo que necesita para funcionar! Por ejemplo, no tiene máquina de tracción, no tiene carburador, no tiene el sistema de encendido…
De repente, tu «automóvil» nuevo parece bastante inútil. ¿Cuál es el objeto de tener un automóvil nuevo si no está completo? Del mismo modo, Jesús nos ha llamado a darnos totalmente a Él, cada parte de nuestra vida. ¿Cómo podemos crecer espiritualmente si estamos luchando por hacer lo mejor que podamos por Dios en algunas áreas de nuestra vida, mientras andamos con cosas del mundo?
Puede que queramos desesperadamente una relación con Jesús porque queremos a un Dios que esté allí para consolarnos y protegernos en todas las circunstancias de la vida. Pero al mismo tiempo, puede que no estemos dispuestos a renunciar a nuestros placeres temporales: la popularidad, el sexo, las drogas, el alcohol.
En el Antiguo Testamento, Abraham estuvo dispuesto a matar a su propio hijo, Isaac, en obediencia a Dios (Génesis 22:10).
Se trata de sacrificio. ¿Acaso Jesús sólo merece una parte?
¿Vivimos para Él sólo cuando es cómodo para nosotros hacerlo?
Pongamos todo a los pies de nuestro Salvador. Si renunciamos a las cosas materiales a las que nos aferramos, tendremos el tipo de relación con Jesús que se nos ha llamado a tener, y entonces podremos ser usados en toda la extensión que se nos quiere usar.
Nuestro Padre hizo el sacrificio máximo por nosotros. ¿Qué sacrificaremos hoy para Él? —Laura Palmer, Terranova, Canadá
Escrito por una amiga lectora de Nuestro Andar Diario