Marcos, de cinco años de edad, observaba con interés mientras su padre bosquejaba el retrato de una de sus clientas. La mujer estaba sentada muy quieta en el sofá mientras que el padre de Marcos trabajaba rápidamente con su lápiz para delinear el rostro de ella en el papel que estaba frente a él.
Pero había algo que Marcos no podía entender. El bosquejo de su padre no se parecía a la mujer que él veía sentada en el sofá. Marcos sólo veía líneas, cruces y círculos sobre el papel blanco y limpio. Esto no tenía ningún sentido para el niño. De manera inocente preguntó: «Papá, ¿cómo es que lo que estás dibujando no es lo que yo veo?»
Su padre sonrió y siguió trabajando con su lápiz. Cansado de esperar una respuesta, Marcos se quedó dormido junto a su padre. Horas más tarde se despertó. Sobre el tablero de dibujo se encontraba el cuadro terminado de la mujer. Marcos exclamó con emoción: «¡Es un milagro!»
Cuando leemos Lucas 1 vemos otro milagro. Un ángel se le apareció a la virgen María y le dijo que ella quedaría encinta (v.31). Imagina el dilema de María cuando escuchó lo que el ángel dijo. Ella estaba comprometida para casarse con José. Si se descubría que estaba encinta antes de su boda, María enfrentaba la posibilidad de un compromiso roto y del desprecio social. Confrontada con el riesgo del sufrimiento, de una tremenda persecución y de una gran desgracia, María eligió someterse a la voluntad del Señor.
Dios honró la obediencia de María. El Señor le habló a José en nombre de María, y ella fue usada como vasija para producir el nacimiento de Jesús (Mateo 1:18-25).
Al igual que María, nosotros no comprendemos todo lo que nos sucede. Diariamente debemos aprender a confiar en Dios y a obedecerle plenamente. Algún día en el cielo veremos el bosquejo final que el Padre ha hecho de nosotros y nos daremos total cuenta de la bondad de su voluntad soberana. —JL