Amenudo Jesús hacía observaciones radicales. Si te golpean en una mejilla, ofrece la otra para otro porrazo. Si quieres ser verdaderamente rico, regálalo todo. Y su invitación de una sola palabra: muere.
Estas ideas, al igual que otras, hicieron que algunas personas pensaran que Jesús no estaba cuerdo. Como si afirmar ser Dios no fuera suficiente, Él sigue enseñando cosas extrañas—pensaban.
Algunas de las afirmaciones más perturbadoras se encuentran aglomeradas en las Bienaventuranzas, la apertura a su famoso Sermón del Monte. Jesús había pasado los últimos días tocando a leprosos, huérfanos, prostitutas… todos sin un centavo y sin poder en absoluto. Todos marginados sociales.
La élite religiosa estaba indignada con los actos desagradables de Jesús, quien abrazaba a los marginados mugrientos. Pero ni siquiera este intenso desdén la preparó para las palabras subversivas que Jesús estaba por decir.
«Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.»
Las realidades del primer siglo eran muy similares a las de hoy. El poder era el rey. Se acaparaban la condición social, la riqueza y las alianzas políticas para amasar una cosa: poder.
Las palabras de Jesús turbaban a la élite. Él decía que eran los pobres en espíritu, los desposeídos y los indefensos los que eran los ciudadanos del reino de los cielos. Los marginados, como los que Él acababa de sanar y acariciar, eran los bendecidos.
Jesús puso todo de cabeza. Esto es buena noticia. Esto es el evangelio, porque cada uno de nosotros es «pobre en espíritu». Todos somos pecadores y estamos desesperados. Y si reconocemos nuestra necesidad nos encontramos sumergidos en redención, ahogándonos en vida y esperanza, bendecidos.
En Jesús encontramos un mundo de cabeza. Se requiere de un Salvador, de una cruz y de un sepulcro vacío. Seguir a Jesús requiere que abracemos sus enseñanzas de todo corazón. Puede que las personas que no lo conocen no entiendan. Pero muchas personas no entendieron a Jesús ni sus palabras radicales cuando caminó sobre esta tierra tampoco. —WC