Algunas veces la cosecha llega tarde. A veces sembramos sin darnos cuenta de ello porque todo lo que hacemos es vivir. A veces plantamos semillas sin saber que estamos en el campo. Y a veces, el fruto de nuestra vida bien vivida llega de una manera que nunca esperaríamos. Llega tarde.
Sé que mi hija Melissa nunca se vio a sí misma como una gran cristiana que cambiaría vidas. Se veía como una estudiante de secundaria que trataba de lidiar con un empleo, con sus estudios, y de equilibrar toneladas de amigos. Era simplemente mi hija, luchando por vivir como Dios quería que viviera y preguntándose qué habría planeado Dios para su futuro.
Pero cuando Dios decidió que la quería en el cielo cuando apenas tenía 17 años, su vida bien vivida adquirió una nueva importancia. Cuando Melissa murió en junio de 2002, no recibió advertencia anticipada alguna: no tuvo tiempo para arreglar las cosas con las personas ni para deshacer lo que no debió haber hecho.
Y no importó, porque Melissa vivió la vida bien. Vivió de tal manera que no dejó nada que se tuviera que lamentar ni nada de qué estar avergonzados. Por eso su vida sigue dando fruto. Allí está la estudiante de secundaria a quien se le contó la historia de Melissa y recibió a Jesús por medio de Julie, la hermana mayor de Melissa. Allí están los chicos y chicas en el colegio de Melissa que fueron desafiados a vivir como lo hizo ella en la dedicación del campo de softball que lleva su nombre en su honor. Y están los miles que han leído su historia en los artículos que he escrito acerca de ella.
Así que ahora, en algún lugar entre las maravillas del cielo, Melissa está dando fruto, el resultado de una vida bien vivida. Y tiene coronas que echar a los pies de Jesús porque su vida brilló con Su gloria.
La cosecha parece haber llegado tarde. Queríamos que el fruto de su brillante ejemplo se disfrutara en esta vida, con nosotros. Pero nos podemos gozar porque su vida puede continuar dando fruto –fruto tardío– en los años por venir.
Y ese tipo de fruto seguirá a medida que tú y yo imitemos el ejemplo de ella, promoviendo el crecimiento espiritual y la vida a la imagen de la de Cristo en nuestro propio mundo. —JDB