Cuando estaba haciendo mi postgrado trabajaba parte del tiempo como mozo. El restaurante era uno de los negocios de mayor «imagen de cristianismo» que jamás había visto. Sin embargo, muy pocos de los trabajadores (o de los dueños) afirmaban ser seguidores de Jesús.

Teníamos una regla sencilla: todos hacían todo. Si veías una mesa sucia la limpiabas. Si veías que había comida lista la servías. Nadie señalaba a nadie con el dedo, nadie se quejaba. Era tarea de toda persona ayudar a los demás a que el restaurante tuviera éxito.

Eso era algo diferente de las actitudes que noté en algunos ministerios. Allí, algunas personas parecían más preocupadas por lo que los otros departamentos estaban haciendo. Cuando se les llamaba para que hicieran trabajo adicional, algunos se quejaban, preguntándose si se les pedía a todos que lo hicieran. Me gustaba mucho más la actitud de siervo en el restaurante.

Cuando Jesús desafió a sus discípulos a que observaran sus actitudes dijo: «Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis más que otros? ¿No hacen también lo mismo los gentiles?» (Mateo 5:47). Él estaba llamando a sus discípulos a una vida de amor más grande. En esencia estaba diciendo: «Si sólo aman a los demás hermanos —los demás discípulos— ¿qué están mostrando a los que no son creyentes?»

Es fácil amar a las personas que te aman. Pero Jesús quiere que rompamos esta rutina cómoda y comencemos a amar a los que no creen como nosotros, y que incluso puede que nos odien. El amor que quiere que les mostremos es el amor ágape que Él derrama sobre nosotros. Esa es una manera de vivir radical. Debe contrastar con la vida de los incrédulos.

Conviértete en la persona de Dios que Él ha diseñado que seas, y serás un ejemplo de conducta. Permite que su amor llene tu corazón y viértelo sobre todas las personas. No podrán evitar notarlo. Algunas veces, la vista ayuda a la fe.  —JC