El rostro del hombre estaba rojo de furia. Abrió la boca y expresó: «¡Quiten las manos de nuestro Dios, aborrecedores de Dios!»
Palabras fuertes. El tipo de palabras que erupcionan de la boca de alguien que está sumamente molesto… y asustado. El evento que provocó esa reacción verbal del manifestante no identificado fue la eliminación del monumento a los Diez Mandamientos de un edificio judicial en el estado de Alabama.
Los partidarios del monumento habían mantenido una vigilia de una semana fuera del edificio luego de que se anunciara que el icono, de 2,400 kg de peso, tendría que ser quitado.
Me identifico con el hombre que despreció que el monumento desapareciera. Pero es importante entender que nadie podrá eliminar a nuestro Dios jamás. Él es todopoderoso y soberano. Él podría fácilmente haber lazando el monumento de vuelta a la rotonda.
En esta era en que reinan el secularismo y el relativismo, debemos esperar que se persiga cualquier cosa que sea «religiosa» y se la elimine de la propiedad pública. Es el comportamiento que se espera de aquellos que viven en una era postcristiana. Entonces, ¿qué hacemos en medio de todos estos ataques a la fe cristiana? Amamos. Eso es lo que Jesús habría hecho.
Jesús reconoció que el verdadero enemigo no son los que han sido cegados por el «dios de este mundo» (2 Corintios 4:4), sino el diablo mismo (1 Pedro 5:8). Esa es una distinción importante. En nuestro humanismo es fácil para nosotros volvernos locos y temerosos cuando vemos nuestra fe bajo ataque. La batalla es en última instancia espiritual, no física. Al «manifestar la verdad» (v.2) y hacer que la luz de Dios «resplandezca en nuestros corazones» (v.6), revelamos a nuestro Dios de amor a los que son espiritualmente ciegos. Nadie está robando a nuestro Dios. Pero los que están en contra de Él sí necesitan ver su amor. Podemos tratar de revelarlo con odio en nuestros rostros (la manera equivocada), o difundiendo la gracia perdonadora de Dios (la manera correcta). —TF