Cacahuate sin sal. Quienquiera que haya ideado semejante mejunje obviamente no era un amante del cacahuate. Yo soy un conocedor de la gordita y crujiente especialidad de Jimmy Carter. Me gusta hervido, en su cáscara o fuera del tarro. Me gusta como quiera que lo pueda conseguir: cajún, con miel o clásico. Sin embargo, no me gusta sin sal. Un cacahuate sin sal es insípido y aburrido. Hay algo allí, pero ha perdido el gusto. En tal caso también se podría estar masticando grava.

Un mundo sin seguidores radicales de Jesús tiene este mismo vacío soso. Luego de pronunciar una intensa lista de valores al revés, en la que los mansos tienen el poder y los pobres tienen la riqueza, Jesús dijo a sus seguidores que ellos eran la sal, la fuerza que hacía un cosquilleo en el paladar del mundo. Muchos suponen que la referencia que Jesús hace de sus discípulos como la sal se cimentaba en su deseo de que ellos tuvieran la capacidad de «preservar», de frenar el avance del mal por medio de una vida recta. Puede que forme parte de ello, pero no creo que sea la esencia fundamental de la imagen que quiere plasmar.

Al declarar lo que se hace con «la sal [que] se ha vuelto insípida», Jesús preguntó: «¿Con qué se hará salada otra vez?» ¿Qué de bueno tiene la sal que ya no hace que una persona se relama los labios, deleitando su paladar con el sabor de su comida?

Las verdaderas preguntas son: «¿Qué de bueno tiene una iglesia que ya no atrae a la gente a las buenas nuevas de Jesús? ¿Qué de bueno tiene el pueblo de Dios si ya no muestra la verdadera vida: abundante, esperanzadora, generosa, llena de placer?»

De algún modo hemos abandonado la realidad de que nosotros —la iglesia— somos una comunidad de placer y gozo tentadores. De algún modo, parece que creemos que ofrecemos la verdad, con todo lo sin vida e insípida que pueda ser. Pero el verdadero placer es una ventaja que el sistema de este mundo tiene sobre nosotros.

Eso es mentira. Dios es el autor del verdadero placer, el Dios de los dulces aromas, de los bellos paisajes y de los ricos sabores. Y Él nos invita a ser su pueblo, a sazonar el mundo con su bondad.  —WC