Cuando sentimos el golpe de un gran rechazo, como la traición de un amigo cercano, la herida causada por un familiar o la infidelidad de una pareja, puede que nos preguntemos si alguna vez volveremos a encontrar a alguien que nos ame. En nuestro intento de encontrarle sentido a nuestro dolor, podemos ser tentados a responder al rechazo en maneras destructivas:
• El desprecio a uno mismosignifica que asumimos la total responsabilidad del fracaso de la relación. Nos preguntamos: ¿qué pasa conmigo que hace que las personas me dejen? ¿Acaso hay algo tan repulsivo en mí que nadie me puede amar?
• El desprecio a los demáshace a los demás totalmente responsables del desmoronamiento de la relación. Los vemos como malos. Los descartamos con la oración: «Todo es culpa suya.»
• El desprecio a Dioslo culpa de nuestro dolor. Razonamos que si Él tiene el control de nuestra vida y nos ama, debió habernos protegido de esa experiencia desgarradora.
Al principio, el desprecio a nosotros mismos, a los demás y a Dios parece funcionar bien. Nos ayuda a mantener una fachada de que tenemos todo bajo control porque hemos «explicado» la razón del dolor. Pero la respuesta no es ninguna forma de desprecio. Mas bien necesitamos acercarnos a Dios, pues «cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu» (Salmo 34:18).
Sólo entonces comenzaremos a pasar por el proceso de lamentar una pérdida. Es importante lamentarnos porque nos hace llorar a gritos delante de Dios y nos abre a su proceso sanador (v.17).
Puede que no se sienta así al principio, pero la sanidad comienza cuando enfrentamos la tristeza y la decepción.
El proceso de crecimiento es difícil. Las respuestas destructivas al dolor del rechazo pueden dejarnos desprovistos de todo gozo, paz y amor. Responder al rechazo de una manera saludable lamentándonos y llorando a gritos delante de Dios puede fortalecer nuestro carácter, profundizar nuestra fe y permitirle cambiar y sanar nuestro corazón.
Podemos aprender a abrazar la esperanzadora realidad de que Dios nos oye y que finalmente nos librará, aun en medio del rechazo desgarrador. —AS