Maldición. Este término hace aparecer visiones de una bruja malvada echando hígados de lagartijas y patas de ranas en la olla de una poción mágica por medio de la cual planea atormentar diabólicamente a alguna buena persona, pronunciando una terrible imprecación. Entonces, ¿qué hace un término a lo Harry Potter como éste en la Biblia?
Para responder a eso, es útil comprender que nuestro Padre celestial, bueno y amoroso, utilizó las maldiciones para ayudarnos. Parece raro ¿no es cierto? El propósito de las maldiciones era el de crear penurias y pérdida, reducir algo de valor significativo a sus dimensiones más bajas e insignificantes. Las maldiciones se pronunciaban como un castigo, y los sacerdotes de Israel las hacían al dictar juicio al comportamiento pecaminoso (Deuteronomio 27:14-26).
No hay nada mágico en las maldiciones de Dios; sólo su eterno poder. Y su maldición más significativa todavía nos afecta hoy: la maldición que trajo sobre la tierra el pecado de desobediencia de Adán y Eva. Sin embargo, esa maldición no fue un tipo de venganza por parte de Dios. Fue un acto de disciplina amorosa: la creación de incomodidad física y de penurias para recordar a las personas cada día de su vida que algo anda mal en la tierra. Está dominada por el pecado, y sufrimos a causa de ello.
Pero hay un remedio para esta maldición. Un día, tal y como lo declara el villancico «Al Mundo Paz», Jesús volverá, y nosotros, los que hemos puesto nuestra fe en Él, nos daremos cuenta del mensaje total de estas palabras: «No dejará más al pecado y al dolor crecer, ni espinas al suelo infestar; Él viene a hacer sus bendiciones fluir… ¡hasta donde la maldición se ha de encontrar!»
No tenemos que esperar cruzados de brazos a que llegue ese día. Podemos ser fieles a los mandamientos de Dios y volver a la obediencia. En este momento podemos ayudar a detener la degradación innecesaria de la tierra creada por el abuso de los seres humanos a la buena creación de Dios. Podemos celebrar el Día de la Tierra esperando el maravilloso Día de la Tierra final cuando Jesús vuelva a restaurarla al paraíso que era antes de la maldición (Romanos 8:19-21). —DO