Muchas personas estuvieron en los bancos de las iglesias esta Semana Santa pasada. Escucharon acerca de la ejecución y resurrección de Jesús. Cantaron acerca de su asombroso amor y su maravillosa gracia, y tal vez se les invitó a que pasaran al altar y aceptaran a Jesús como Salvador personal. Y algunos lo hicieron.
Otros no lo hicieron. Tal vez dijeron algo así como: «Es una historia interesante y podría creer en ella. Pero, ¿cómo influiría la batalla que estoy librando en mi trabajo? ¿Volvería a reunir a mi familia? ¿Puede pagar el alquiler? Yo mismo tengo que hacerme cargo de estas cosas… y soy lo suficientemente fuerte como para hacerlo, espero.»
Algunos pensaron que es algo ridículo que el Hijo de Dios se dejara clavar en una cruz. Y continuaron con sus vidas como siempre lo habían hecho… esperando que un milagro trajera la paz mundial (o al menos, la paz mental); buscando sabiduría en el último libro de ayuda propia, en las letras de las canciones de U2, o en programa de TV de Oprah Winfrey; esperando el día en que tengan el poder para hacerles frente a sus padres, a su jefe o a su cónyuge.
¿Y los que hemos elegido seguir a Jesús? ¿Acaso seguimos buscando milagros, sabiduría y poder? ¿Qué milagro más grande que el de Jesús proveyendo nuestra reconciliación con Dios el Padre? ¿Dónde podemos encontrar mayor sabiduría que en la historia de la vida de Jesús, una vida que ha dejado perplejos a los más grandes eruditos y filósofos del mundo? ¿Quién más sino Dios tiene el poder de levantar a alguien de entre los muertos?
Puede que las verdades a las que nos aferramos suenen bastante pobres para algunos, y no muy prácticas en el mundo de hoy. Pero «la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Corintios 1:25). Dale gracias a Dios por sus milagros, su sabiduría y su poder. Dale gracias por la «necedad» de la cruz. —TC