Mi amigo sabía que estaba hablando con alguien que no tenía muchas cosas buenas que decir de la fe cristiana. Sabía que si sonaba demasiado «religioso», dicha perso cortaría cualquier oportunidad que mi amigo tuviera pa compartir su fe. Así que, en medio de su conversación, mi amigo le preguntó: «Oye Bob, ¿sabes a dónde van los pecadores?»
Bob sonrió. Aquí estaba la pregunta normal proveniente de otro de esos que le dan a la Biblia. «Claro, eso es fácil» —dijo—. Me vas a decir que se van al infierno.»
«No —respondió mi amigo—. Van a la iglesia.»
Bob se quedó sin habla. Eso no era lo que esperaba. No estaba listo para una respuesta que sugiriera que los cristianos se dieran cuenta de que no eran perfectos. Mi amigo tuvo una oportunidad de seguir hablando con Bob y de compartir con él que los cristianos entienden sus deficiencias y su necesidad de continua ayuda y sanidad espiritual. Pudo explicarle lo que era la gracia, el favor inmerecido que tenemos de Dios a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa.
Algunas veces no les ofrecemos a los que están fuera de la iglesia una ilustración clara de lo que sucede adentro. Ven que vamos a la iglesia, que nos ponemos ropas bonitas, que entramos, que hacemos algo misterioso durante una hora, y que luego volvemos a casa para leer un poco más de la Biblia. Puede que no comprendan que no estamos siendo unos santitos por ir a la iglesia. Nos sentimos obligados a hacerlo debido a una gratitud indescriptible al recordar que Jesús proveyó perdón por nuestros pecados.
Puede que nuestros amigos piensen que los vemos como pecadores, mientras que nos vemos a nosotros mismos como ángeles en la tierra. Debemos hacerles saber que lo que celebra es la gracia de Dios, y no mérito alguno de nuestra parte. Lo que valoramos es el perdón, y no bondad alguna de nuestra parte.
Sí, los pecadores van a la iglesia. Y van al cielo… los que son perdonados. Necesitamos asegurarnos de que nuestros amigos sepan que es así como funciona. —JDB