El verano pasado en Minneapolis, una turba de unas 250 personas se reunió en silencio en el vestíbulo de un hotel y permaneció de pie hombro con hombro durante 12 minutos. Luego, todos prorrumpieron en aplausos durante 15 segundos y se fueron.
Estas «turbas repentinas» forman parte de una tendencia que comenzó en Nueva York. Algunas personas las llaman el arte de la interpretación; otras las llaman molestia. Las personas aparecen en un lugar público, hacen algo que se ha acordado previamente, y luego se dispersan como si nada hubiese pasado. El organizador del Proyecto Mob[Turba] de la Ciudad de Nueva York dice: «Las personas creen que no hay otra cosa más que orden en todas partes, y entonces les encanta formar parte de algo que nadie estaba esperando.»
Nadie en una ladera llena de gente alrededor del año 30 d.C. esperaba que un predicador itinerante alimentara a 5.000 personas sin nada de dinero. Y ni aun así quedaron satisfechos Una comida sólo dura lo que dura en la barriga. Así que iban tras Jesús y volvían a reunirse en su «turba repentina» cuando lo encontraban, creyendo que querían formar parte de su «arte de la interpretación» otra vez. Pero lo que en realidad querían era que Él los volviera a llenar, literalmente.
Allí es cuando Jesús hacía uso de un milagro físico para enseñar una verdad espiritual, y lo hacía tan a menudo como cuando se formaban las turbas repentinas. «Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre.… Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre.»
El asunto del pan (o de cualquier otra comida) es que nadie puede comer por nosotros y satisfacer nuestra hambre. Todos nosotros tenemos que comer por nosotros mismos. Lo mismo sucede cuando se trata de comer el «pan de vida». Jesús satisface uno a la vez cuando venimos a Él de manera individual y creemos en Él. Podemos encontrar una gran satisfacción cuando llevamos nuestra fe más allá de una turba repentina y venimos a Él por nuestra cuenta… como realmente somos. —TC