La ciencia es más que un sistema de leyes científicas. Para el científico serio, es una forma de vida. Pasarse toda la vida mirando detenidamente a través de poderosos microscopios, estudiar las plumas de las aves o los ojos de los insecto analizar formaciones de roca o de cristal le parecen totalmente aburrido al que no es científico. Lo que quiero decir es, ¿a quién le importa? ¿No es cierto?

Mi amigo Karl F. Bruder ha viajado por todo el mundo trabajando como geólogo, cruzando las arenas del Sahara, escalando remotas montañas y taladrando el casquete polar. Puede que el viaje les parezca glamoroso a algunos, pero una vez que el científico llega allí, todo es trabajo… algunas veces repetitivo, difícil e infructuoso.

Karl es un creyente en Jesús. Cree que la creación es una manera en que Dios se revela a la humanidad. Dios nos ha mandado conocerlo (Filipenses 3:10). Pero Él es el Dios invisible. Es espíritu y ha de ser adorado «en espíritu y en verdad» (Juan 4:24).

Entonces, ¿cómo vemos al Dios que no se ve? Una manera es a través de su creación, a través de lo que Él ha hecho. Es un estudio vasto e interminable: el espacio exterior, las montañas y las rocas, los lagos y los ríos, los peces y las aves, el hombre y su ADN, el átomo y sus subpartículas.

El científico hace eso por nosotros. Busca patrones, conexiones, explicaciones, excepciones. Compara, contrasta, analiza y hace referencias cruzadas. Y con cada descubrimiento verificable, yendo desde lo corriente a lo espectacular, nos muestra un diseño asombroso. Puede que no vea a Dios en él, pero el creyente en Jesús sí lo hace, porque a él se le ha revelado en la Biblia el misterio de los orígenes y el propósito.

Le agradezco a Karl por enfatizarme esto. Aunque es un verdadero científico, también es un firme creyente y seguidor de Jesús. Con hombres y mujeres como él, el proceso inductivo y la fe van de la mano, dándonos a los no científicos una mayor comprensión de Dios.  —DCE