El río Jordán serpentea a lo largo de unos 320 kilómetros desde el monte Hermón hasta el mar Muerto. Es uno de los ríos más caudalosos de su tamaño. En tiempos antiguos, e incluso hoy, muchas personas consideran los ríos como algo sagrado: el Ganges de la India y el Nilo de Egipto, por ejemplo. Sin embargo, el río Jordán no era considerado sagrado en la historia de Israel. Los israelitas lo consideraban un obstáculo entre ellos y la Tierra Prometida, adonde Dios los había llamado a vivir.
Por segunda vez, bajo un nuevo liderazgo, los israelitas estaban listos para entrar en la Tierra Prometida. Josué, el suces de Moisés y nuevo líder de Israel, guió a los israelitas a las riberas del río Jordán. A medida que se aproximaba el día para cruzarlo, Josué mandó al pueblo a que se santificara, por cuanto el Dios de toda la tierra estaba por revelarse a Sí mismo en medio de él a través de un poderoso milagro.
El pueblo, dirigido por los sacerdotes que llevaban el arca del pacto, la cual simbolizaba la presencia de Dios, se propuso cruzar el Jordán. Tan pronto como los pies de los sacerdotes tocaron el agua al borde del río, el agua comenzó a juntarse en un poblado arriba, y el agua que estaba debajo de ese punto siguió fluyendo hacia el mar Muerto hasta que el lecho del río quedó seco. De allí en adelante, los israelitas podían mirar hacia atrás a su experiencia del Jordán y recordar que el verdadero Dios, no Baal ni ningún otro dios de la fertilidad, era el Señor de la tierra.
Como seguidores de Jesús, también nosotros enfrentamos problemas y obstáculos que se presentan entre nosotros y el trabajo, la misión y el destino al que Dios nos ha llamado. Pero esas barreras no se encuentran más allá de la influencia o el poder de Dios. Dios está listo para liberar su milagroso poder en nuestra vida cuando nosotros estamos listos para soltar nuestro orgullo y comprometernos totalmente con Él.
Al abrazar esta profunda verdad descubriremos que nuestros obstáculos en realidad no son obstáculos en absoluto. Son oportunidades de ver a Dios revelarse entre nosotros como Señor de toda la tierra. –MW