Wallace no es muy rápido.  Eso no es algo muy bueno si se es un corredor a campo traviesa. Significa que nunca se gana.

Pero Wallace nunca cesa de emocionar a los fanáticos en cada encuentro de carreras en el que participa a nivel de escuela secundaria. Suena el disparo, y docenas de corredores se lanzan hacia la meta a casi 5 kilómetros de distancia. Antes de que los corredores hayan corrido más allá de los 90 metros de la línea de salida, Wallace ya está en el último lugar. Está detrás de los estudiantes de primer año. Está detrás de todos.

Pero Wallace nunca abandona la carrera. Sigue dándole con dedicación, un paso tras otro. Y cuando la larga fila de corredores serpentea su paso hacia la meta más de 16 minutos después, para entonces Wallace se encuentra como a kilómetro y medio retrasado. Corriendo, corriendo, pero sin alcanzar a nadie jamás.

Mucho tiempo después de que el ganador ha cruzado la rampa y ha refrescado sus labios, mucho tiempo después de que se han apagado las ovaciones por los ganadores, otra secuencia de aplausos y de palabras de aliento se abre paso hacia la meta, porque aquí viene Wallace.

Al abrirse paso hacia la meta –unos 10 ó 15 minutos después de los ganadores– no hay ni una palabra de desaliento. No, todos no hacen más que sonreír y felicitar a Wallace, ya que una vez más ha logrado lo que se propuso. Ha llegado último en la carrera, pero se ha labrado su camino hacia el primer lugar en los corazones de los fanáticos de las carreras a campo traviesa.

Hay tantos «Wallaces» en nuestras iglesias. No son las estrellas. No cantan bien. No pueden enseñar en el estudio bíblico. Tartamudean tratando de encontrar las palabras correctas y puede que se queden atrás en cuanto a la moda. Nunca ganarán de la manera que normalmente pensamos de los ganadores. Pero siguen avanzando lentamente en su fe. Aman a Jesús de manera incondicional. Oran y confían en que esa semana tendrán lo que hace falta para seguir adelante.

¿Los esperamos a lo largo del camino de la vida, ovacionándolos y alentándolos? ¿Los amamos, los honramos y los levantamos? Elige a un Wallace en tu iglesia y hazlo o hazla sentir como un ganador o una ganadora. Un poquito de aliento rinde mucho en esta carrera que llamamos la vida.  –JDB