Había una aldea situada en la cima de una colina. Un cerco la rodeaba, cubriendo un perímetro bastante grande. El cerco sólo tenía un portón, a través del cual los habitantes entraban y salían. Mantenía a los ciudadanos dentro y a los extraños fuera. Las casas no tenían puertas porque las personas confiaban las unas en las otras. El cerco también evitaba que los niños cayeran de los precipicios empinados. Los pequeños eran libres de jugar en pleno campo. Había mucho movimiento en la comunidad y muchas risas y gozo. Un día, en una reunión del consejo de la aldea, algunas personas se quejaron de que  cerco los restringía. Pensaban que no podían deambular libremente. Otros no estaban de acuerdo. Luego de muchos días de acalorado debate y deliberaciones, el consejo finalmente decidió quitar el cerco alrededor del perímetro.

Una vez que el cerco fue quitado, la aldea cambió significativamente. Vinieron extraños a la aldea y se denunció el robo de muchas cosas de las casas. Las personas comenzaron  construir puertas para salvaguardar su propiedad. Se volvieron menos confiados y menos abiertos. Algunos niños casi se cayeron por un precipicio mientras jugaban. Los padres comenzaron a prohibir a sus hijos que salieran. La aldea se volvió más callada y ya no se escuchaban risas en los campos.

A menudo pensamos que la libertad significa que no hay límites. Pero irónicamente, sólo disfrutamos de la verdadera libertad detrás del cerco, uno establecido por el Dios omnisciente y omnipotente para que nos proteja y no simplemente para atarnos. Estos límites se encuentran en la Palabra de Dios y han de observarse en nuestra vida.

Los cristianos hemos encontrado la libertad en Jesús, pero no sin límites. No somos libres de hacer todo lo que nos gusta. El ejercicio de nuestra libertad cristiana no debe convertirse en una piedra de tropiezo para los débiles. En 1 Corintios 6:12 vemos que nuestra libertad no debe hacer que actuemos sin autocontrol, o que respondamos de la manera equivocada. ¡Disfrutemos de nuestra libertad y también apreciemos el cerco de Dios!  –