Laurie se sentía vacía y agotada. Tenía 24 años, estaba casada, era la madre de un bebé que apenas estaba comenzando a caminar, y vivía en una casa rodante en las elevadas regiones desérticas del centro de Oregón.
Su esposo, un estudiante universitario a tiempo completo, estaba ocupado con sus labores estudiantiles. El ingreso familiar era mínimo. No tenían una iglesia por su casa ni amigos cercanos a ellos. Lo que es más, Laurie no manejaba automóvil. Así que estaba pegada a la casa. No era posible llamar a alguien porque tendría que haber sido una llamada de larga distancia. El costo los dejaría a ella y a Bill sin leche o pan en las semanas siguientes. «En ese momento sentía en lo más vivo la pobreza de mi propia vida, tanto emocional como físicamente» —dice Laurie.
Una mañana temprano, durante su tiempo con el Señor, Laurie derramó su corazón delante de Dios. «Sabía que no tenía nada que ofrecerle. Así que le pregunté si le gustaría escucharme cantar —si tan sólo podía darme algo que a Él le dieran ganas de escuchar.»
Lo que sucedió después tomó a Laurie por sorpresa. Cuando abrió la boca, de sus labios salió una canción. Se sentó y escribió su nueva composición:
Te amo, Dios,
y levanto mi voz,
Para adorar, y gozarme en Ti.
Regocíjate, escucha mi Rey,
Que sea un dulce sonar para Ti.
Dios le dio a Laurie Klein una canción que la bendijo esa mañana en 1974, y que ha seguido alentando a personas en todo el mundo durante 30 años. De la pobreza salió belleza.
Su experiencia recuerda a Laurie lo que Dios le prometió a su pueblo Israel en Oseas 2:14. Ella escuchó su amoroso llamamiento y sus tiernas palabras cuando más las necesitaba.
Los israelitas alabaron a Dios cuando retornaron del exilio en Babilonia, tal y como dice el versículo 15: «Cantará como en los días de su juventud.» Laurie alabó a Dios y Él elevó el corazón de ella en una experiencia en el desierto.
¿Te sientes deprimido hoy? Es tiempo de que abras la boca y le cantes a Aquel que te llama y te ama. –TF