Todos en algún momento nos hemos encontrado en esa situación. Al igual que un par de vaqueros que han estado demasiado tiempo en la secadora, sencillamente no encajamos. Tal vez nos sintamos así con viejos amigos del colegio o del barrio. Nuestra conversación es diferente, así como nuestras ideas, nuestra lógica y nuestros valores. Tal vez nos vistamos de manera diferente o escuchemos música diferente. Eso puede ser frustrante.
¿Pero qué pasa si es con nuestros hermanos o padres, con nuestra propia familia?
No tengo respuestas fáciles. Es difícil ser diferente a nuestra familia, especialmente cuando vivimos para Jesús y ellos no.  Es fácil querer distanciarnos de ellos porque es mucho más sencillo que tener que lidiar con los sentimientos que se acumulan, o la ira y las palabras cortantes que nos pueden lanzar en el camino.

Permíteme compartir dos ideas que podrían ayudar. Primero, pídele a Dios que te recuerde ser alentador. No empeores la situación respondiendo de la misma forma. «Sed todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde; no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo. . . . Pues el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios no hablen engaño. Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala» (1 Pedro 3:8-11).

En segundo lugar, recuerda que hay un lugar adonde sí encajas, y es en la familia de Dios.  «Pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre! Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios» (Gálatas 3:26, 4:6-7).

Sí, ser creyente en Jesús te hace diferente, pero no te deja so ¡Esa es una buena noticia y nos encaja bien!  —PW