Por mucho que trato, todavía no puedo encontrar un termómetro confiable que pruebe mi temperatura espiritual. La disponibilidad de algo que pueda ponerme debajo de la lengua y que revele con precisión el grado de mi deseo por Dios conmovería mis sensibilidades religiosas.

He probado muchas posibilidades: la hora en que me levanto por la mañana para encontrarme con Dios, el número de veces que comparto mi fe en un mes, o la lista de pecados de los que fielmente he podido abstenerme durante la semana pasada.

Ninguna de ellas da resultado. Por un momento podrían aligerar mi culpa por haber actuado mal anteriormente, o incluso ofrecerme a corto plazo el beneficio de la modificación de mi comportamiento. Pero al final del día, nada ha cambiado cuando soy honesto en cuanto al estado de mi alma. Estas actividades no necesariamente reflejan una mayor pasión por el Todopoderoso (Salmo 63:3).

Sin embargo, existe una experiencia que al menos me da una idea de la temperatura de mi corazón para con Dios: la adoración.

La experiencia de la verdadera adoración, no sólo un montón de actividad religiosa externa, da origen a una reorientación del corazón. Me obliga a elevarme a niveles incómodos de autenticidad, a ser alguien que no se aferra a nada más que a una fe firme en Dios (v.8). Exige que yo confíe. Y la confianza sólo viene cuando rindo mi autoprotección y mi clamor por el éxito, incluso el éxito espiritual.

Mi corazón para con Dios se refleja directamente en mi adoración. ¿Le traigo a Él en adoración todo lo que soy –mi quebrantamiento, mi corazón malhumorado, mi aburrimiento– porque creo que en Él encontraré la vida? ¿He abandonado cualquier otro medio para encontrar mi propio camino, ya sea que éste tenga el mal olor del pecado descarado o despida la sutil fragancia de la hipocresía religiosa? Cuando elimino toda la verbosidad y la actividad, ¿qué quiero realmente? ¿De qué tengo hambre y sed?

Como dice el escritor John Piper: «Adoramos aquello de lo que tenemos más hambre y sed.»
Dios, crea en nosotros un apetito por Ti que sea tan radical y que cambie nuestra vida de tal manera que veamos el entregarnos a Ti como lo que realmente es: la vida. Haz de nosotros adoradores hambrientos y sedientos.–WC