Jim Fassel, el entrenador principal del equipo de fútbol americano los Gigantes de Nueva York, y su esposa, Kitty, no estaban casados todavía cuando nació su hijo, por lo que lo dieron en adopción. Hoy, John, quien tiene 34 años de edad, tiene su propia familia y pasó siete años buscando a sus padres biológicos.
Lo que él no sabía era que ellos lo estaban buscando a él también. John dijo que se sorprendió ante las fuertes emociones que sintió cuando los conoció: «Mi mayor temor en la vida era que yo quisiera encontrar a mis padres naturales, pero que ellos no quisieran que yo los encontrara. Saber que ellos me estaban buscando me produjo más emoción de la que puedo describir.»
Me imagino que ese temor es natural entre los niños que han sido adoptados: el temor al rechazo. John debe haber pensado en darse por vencido a veces durante esos siete años por miedo a que sus padres naturales no quisieran nada con él. Sin embargo, los Fassels no se estaban ocultando de su hijo. En realidad lo estaban buscando al mismo tiempo, con la esperanza de tener una relación con él.
Eso me recuerda lo que sucede con nosotros, los hijos de Dios. Él no se oculta de nosotros, aunque a veces parece que así es. David se sintió rechazado cuando escribió estas palabras: «¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?» (Salmo 13:1). Él pensaba que Dios lo había olvidado, que no lo quería más o que estaba jugando al escondido.
Pero Dios es el mejor de los padres. Él no nos rechaza, ni nos abandona, ni nos pone a adivinar si en realidad le importamos. Nunca deja de procurar una relación más estrecha con nosotros. A pesar de que David se sentía olvidado y abandonado, sabía en su corazón que el amor de Dios nunca le fallaría. Dijo: «Mas yo en tu misericordia he confiado.… cantaré al SEÑOR, porque me ha colmado de bienes» (vv.5-6). El amor de tu padre nunca te fallará a ti tampoco. —TC