Si has visto la película Braveheart, nunca olvidarás la escena en la que William Wallace, bajo amenaza de ejecución a menos que reconozca al rey, evoca todo lo que hay en él para gritar una sola palabra: «¡LIBERTAD!»La libertad es uno de los grandes privilgios del mundo.
Durante muchos años, el apóstol Pablo usó la libertad de su ciudadanía romana para beneficiarse mucho. Viajó por el mundo mediterráneo enseñando y predicando el evangelio de Jesucristo a personas de muchas culturas en las grandes ciudades de su tiempo.
Luego todo se vino abajo. Se produjo en Jerusalén un disturbio iniciado por líderes religiosos que aborrecían la enseñanza de Pablo. Casi lo mataron y luego lo acusaron falsamente. Pablo apeló al César, la más alta autoridad, y fue a parar a una cárcel de Roma.
Para la mayoría de nosotros, la prisión es lo peor que nos podría pasar en la vida. La independencia y las opciones que tanto acariciamos desaparecerían. La libertad daría paso a la limitación. Nuestro futuro se destruiría.
Sin embargo para Pablo, la prisión era simplemente otro lugar en el cual servir a Jesús. En vez de deprimirse por lo que había perdido, Pablo aceptaba con entusiasmo esta nueva oportunidad.
El libro de los Hechos termina diciendo que durante dos años de encarcelamiento en Roma, a Pablo se le permitió vivir en su propia casa alquilada adonde mucha gente iba a verlo. «Predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo» (Hechos 28:31).
Cuando Pablo no podía viajar, Dios envió gente a donde estaba él. Él les daba la bienvenida, se involucraba en sus vidas, los cuidaba y oraba por ellos. Las cartas que escribió desde la prisión —Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón— celebran la bondad de Dios y el gozo de conocerlo.
Si has perdido una preciada libertad, pídele a Dios que te muestre cómo esa restricción se puede convertir en una oportunidad de conocerlo y servirle. Igual que Pablo puedes descubrir que dentro de cualquier confinamiento, tu mente y tu espíritu pueden ser libres en el servicio de Jesús. —DCM