En los deportes, todo es cuestión de ser el primero. El entrenador George Allen, quien ha trabajado desde hace mucho tiempo con la Liga Nacional de Fútbol, dijo una vez: «Cada vez que ganas naces de nuevo; cuando pierdes, mueres un poquito.» Y el lanzador Tom Seaver, quien se encuentra en el Salón de la Fama, dijo: «En esa liga sólo hay dos lugares: el primer lugar y ningún lugar.»

En la sociedad de hoy es increíblemente importante ser el primero. En los Estados Unidos tenemos encuestas en los deportes universitarios y de escuela secundaria para poder saber siempre quién es el No. 1, aunque sólo sea una opinión.

Pero, ¿y qué se puede decir de ser el último? Pues, no tenemos muy buena opinión del equipo que termina en último lugar. El último lugar es para los perdedores. John R. Tunis, autor de muchos libros de ficción sobre deportes, dijo: «Perder es el gran pecado estadounidense.»

Entonces, ¿cómo lidiamos con las palabras de Jesús: «Yo soy el primero y el último»? (Apocalipsis 1:17). Entendemos la parte que dice «primero» (¿la entendemos realmente?). Pero, ¿cómo podía ser el último?

Cuando Jesús habla de ser el primero, no se refiere a una competencia en la que es No. 1 entre los cinco primeros líderes religiosos. No. Lo que está diciendo es que es el primer ser, la primera causa, el iniciador de la historia. En realidad, es el primero porque siempre ha existido. Su ser se extiende al pasado infinito. Él nunca tuvo principio. Siempre fue.

Pero, ¿y eso de ser el último? Es ridículo considerar el último lugar respecto a Jesús como lo consideramos en los deportes. No puede haber una lista en la que Jesús sea clasificado por debajo de nadie en importancia. Jesús es el último por la misma razón por la que es el primero. Su infinidad significa que va a existir incesantemente en el futuro. En Apocalipsis 1:8 y 22:13, se refiere a Sí mismo como el Alfa (el principio) y la Omega (el final).

Nunca podremos entender la increíble verdad de que Jesús es el primero y el último, así como no nos podemos imaginar siquiera Su grandeza. Todo lo que podemos hacer es asombrarnos ante su majestad y luego vivir para glorificarlo.

Ser hijo de Dios es mejor que ser el primero. Significa que estamos conectados con Aquel que es primero y último. No puedes recibir una calificación más alta.  —JDB