Cuando escribo, hablo y me relaciono con la gente descubro que las palabras son fascinantes. Las palabras permiten la comprensión, transportan la verdad, revelan el corazón de una persona y desarrollan las relaciones. En manos de un maestro experto o en boca de un poeta hábil, las palabras pueden agregar color y matiz a la vida. Pueden provocar risa o dolor, iluminación o gozo. Las palabras tienen el poder de mover emociones, corregir percepciones y desafiar puntos de vista al herir, calmar, adormecer o avivar. Con esas poderosas herramientas a nuestra disposición, debemos tener cuidado con la forma en que usamos las palabras.
Si al menos las palabras fueran como avioncitos de papel, que se traban en alguna parte pero se pueden quitar. Se pueden dejar adonde aterrizan, o se les pueden devolver al que los envió. Hasta podríamos tratar de lanzarlos otra vez para ver si caen en un sitio mejor.
Pero las palabras no son como los avioncitos de papel. Se parecen más a bombas de pintura, y dejan una marca permanente adonde caen. Con el tiempo, su impacto podría disminuir. Pero siempre queda alguna mancha residual. Y algunas pinturas son las que peores manchas dejan. (¿Cómo es que todavía recuerdo aquellas palabras burlonas que escuché en el patio de la escuela?)
«Muerte y vida están en poder de la lengua», leemos en Proverbios 18:21. Se nos da mucha guía práctica acerca del uso de nuestras palabras:
• Debemos seleccionar palabras veraces solamente (Proverbios 8:6-8)
• Debemos usarlas con gracia (Colosenses 4:6).
• Debemos facultar a otros con ellas (Efesios 4:29).
• Debemos decirlas suavemente, incluso durante discusiones(Proverbios 15:1).
• Debemos combinarlas con la habilidad de escuchar (Santiago1:19).
Mi vida tiene algunas salpicaduras de pintura de colores brillantes, recuerdos que me dan vida y que no deseo borrar. En otros lugares hay manchas oscuras. Nuestras palabras dejan una impresión duradera en los demás, para beneficio o perjuicio. Así que escoge bien tus palabras y tus colores. —Sheridan Voysey