Créeme. Nunca superas el horrible sentimiento que experimentas cuando alguien te dice cosas como «chismosa», «soplona» o «traicionera». Cualquiera que adopte una postura contra el mal se arriesga a que le llamen estas cosas y más. Pero es mejor que le digan a una estas cosas y no llevar la culpa cuando llega el problema.

El concepto moderno de amistad espera una lealtad incuestionada. Si eres mi amiga, se supone que permanezcas a mi lado haga yo lo que haga, y viceversa. Es como un pacto sin palabras. Sin embargo, es lo contrario al plan de Dios. Y a la larga destruye antes que salvar amistades. A veces hasta destruye a las personas. Estoy segura de que se te ocurren algunos ejemplos.

En el libro de Deuteronomio se le dice al pueblo de Dios nueve veces que «quite el mal» de entre ellos. Me intriga el hecho de que Dios le haya dado esta responsabilidad a los humanos en vez de guardársela para Él. Después de todo, somos jueces no confiables. Algunos de nosotros queremos negar la existencia del mal. Otros desean definir el mal como la existencia de cualquier cosa que obstruya nuestra libertad de ir en pos del placer. En medio de ambos están los que quieren jugar con el mal para divertirse y beneficiarse, o apaciguar el mal para evitar la incomodidad del conflicto.

A pesar de nuestras limitaciones, el plan de Dios para deshacerse del mal nos involucra a nosotros. Él no nos mira desde arriba como un gato listo para abalanzarse sobre nosotros cuando hacemos un mal movimiento. Está creando una comunidad de personas comprometidas con la convicción de que la bondad es buena para todos, y de que el mal no es bueno para nadie.

En otras palabras, el plan de Dios para gobernar la creación y mantener el orden nos pertenece a todos.
El pecado es destructivo y siempre que se le permite crecer, alguien sale herido. Si tienes una amiga que esté jugando con una conducta arriesgada, haz lo correcto, lo bueno y sé una soplona. Puede que pierdas a una amiga, pero podrías salvar una vida. —JAL