Igual que mucha gente, yo tuve que pasar por la experiencia de sacarme las muelas del juicio. Como novata en cirugías incluso menores, no tenía idea de cuánto dolor tendría que soportar, no tanto durante la operación, sino después. Durante varios días no pude comer ni hablar.
La herida me dolía constantemente y el dolor a veces era agudo. Hasta lo sentía sin abrir la boca. Después de una semana fui al dentista para que me quitara los puntos, y me diagnosticaron una infección en la herida. Entonces me pusieron en tratamiento con otra dosis de antibióticos.
Durante estos días difíciles, mi madre dijo algo que me tocó las fibras del corazón. Mientras me observaba tragar lentamente un poco de avena comentó: «Me alegro mucho de que puedas comer. Me duele verte con ese dolor. Es igual que cuando te dí a luz. El dolor me traspasó el corazón.»
Aunque sé que mi dolor no era tan malo como el dolor de parto, sus comentarios me recordaron el amor de Dios por mí. Otra madre compartió conmigo una vez que su hija se había caído y había terminado con una gran herida abierta que necesitó puntos. Cuando su niña se durmió en su regazo después de la cirugía, ella miró la herida de la niña y sintió que le dolía su propio corazón.
Si nuestros padres terrenales se conmueven tan profundamente por nosotros, ¡cuánto más lo hace nuestro Padre celestial!
Cuando pasamos por tiempos difíciles podemos acudir con confianza al trono de la gracia. Jesús es nuestro Sumo Sacerdote, el cual entiende nuestro dolor debido a lo que Él soportó en la cruz. Podemos acercarnos a Él en oración sabiendo que no sólo comprende, sino que también nos da gracia en nuestros momentos de debilidad. —JAL