Escalar rocas se ha convertido en una actividad muy popular para muchos estadounidenses. Vestidos con el atuendo de última moda para escalar, aceptan el desafió de subir a las cimas más altas o a los peñascos más escarpados, tales como la Devil’s Tower[la Torre del Diablo] en la parte noreste del estado de Wyoming, un destino muy deseado para los que escalan rocas.
Los beneficios de escalar rocas son mucho mayores que los riesgos. Es un ejercicio cardiovascular fantástico, ayuda a mantener la grasa del cuerpo en la mínima expresión y los músculos firmes. Las vistas desde las cimas de las montañas son espectaculares; el aire es impresionantemente limpio. El cociente del aumento de la confianza es enorme, y da valor para encarar otros aspectos de la vida.
A veces Dios nos dice que «vayamos a escalar una roca». Le dio instrucciones a Moisés para que escalara el monte Sinaí, no una vez, sino varias veces, para recibir la Ley (Éxodo 19:20). Envió a Abraham a escalar una roca para ofrecer a Isaac como sacrificio(Génesis 22:1-14). Jesús iba a las montañas a orar, e invitó a Pedro, Santiago y Juan a acompañarlo a la cima del monte de la Transfiguración (Mateo 17:1-12).
Cuando anhelamos escuchar la voz de Dios, tal vez debamos escalar una roca. Físicamente, el ejercicio sería bueno para nosotros y traería un beneficio en sí mismo. Tendríamos que dejar muchas cosas atrás, pero ese es el punto. Allí arriba no hay TV de150 cm ni café gourmet.
Claro, la montaña no tiene que ser una roca literalmente para que nos beneficie. Puede ser el patio o una ventana en una cabaña frente al lago. Puede ser la compañía de un amigo en quien confiamos, o la tercera fila del santuario vacío de la iglesia. Es dondequiera que vayamos a buscar una perspectiva mejor para poder ver dónde estamos, medir lo que estamos haciendo, y escuchar al Espíritu del Todopoderoso.
¿Te sientes estresado? ¿Melancólico? ¿Con muchos tropiezos? ¿Desorientado? Tal vez sea hora de «ir a escalar una roca». —DC