Estar frente a frente con personas importantes puede quitarte el aliento. Yo me he senado en la misma mesa con David Robinson, la estrella de la Asociación Nacional de Baloncesto, para hacerle una entrevista. He compartido el sofá del vestíbulo de un hotel con A. C. Green mientras conversábamos de su extraordinaria vida. He conversado con la jugadora de golf profesional Wendy Ward. He estado en el mismo garaje con el piloto de la NASCAR Ernie Irvin y el dueño de equipo Joe Gibbs. Me he sentado en el vestidor a hablar con Allan Houston y Charlie Ward, del equipo New York Knicks.
Pero antes de que pudiera sentarme a conversar con personas como éstas, tuve que superar mi emoción de hablar con estrellas del deporte. Todavía recuerdo cómo temblaba y sudaba como un cerdo en una fábrica de salchichas mientras conducía entrevistas telefónicas con algunas de las personas que entrevisté en mis primeros días. Tratar de conducir una conversación inteligente e impresionante con personas que son tan conocedoras de los medios de comunicación como lo son los atletas puede hacer sentir a una persona muy inadecuada.
Sin embargo, eso no es absolutamente nada, mejor dicho, es mucho, mucho menos que nada cuando se compara con lo que Isaías tuvo que enfrentar «en el año de la muerte del rey Uzías». Ese joven experimentó algo que no se puede imitar hoy hablando con el atleta más grande que haya vivido jamás.
¡Isaías estuvo frente a frente con Dios!
Claro que fue una visión, pero fue una visión que el mismo Dios envió claramente a Isaías para que el profeta pudiera ver quién era Él realmente. Nota lo que Isaías vio y cómo le afectó:
•Vio la majestad de Dios.
•Entendió la santidad de Dios de una nueva forma.
•Vio el contraste entre su yo pecaminoso y la perfección de Dios.
•Escuchó el llamamiento de Dios al servicio y dijo que Sí.
Nosotros podemos ver a Dios en su Palabra, en nuestro corazón, en nuestras oraciones y en las formas en que obra en nuestra vida. Cada día podemos estar frente a frente con Dios. ¡Increíble! —JDB