Parece que la vida no puede ser más complicada. Los días están llenos de viajes de transporte, actividades y conversaciones a las que no podemos seguir el paso. Hay que hacer lamadas, acudir a citas, tener almuerzos, leer revistas, limpiar habitaciones, lavar ropa, mirar programas de TV y películas que uno no se puede perder, etc., etc., etc.
En medio de toda esta frenética actividad, puede que creamos que hemos perdido el control. Nuestra agenda nos controla. No nos queda tiempo para la familia. Sostenemos conversaciones rápidas con los amigos. Nos sentimos culpables si nos sentamos a leer un libro o a escuchar música por el simple hecho de disfrutarlo. ¿Y Jesús? Para Él no queda nada de tiempo. Parece que para captar nuestra atención va a tener que gritar en medio de toda esa conmoción.
Pero ya sabes cómo es Jesús. Él llama y espera. Está ahí ahora mismo. ¿Lo escuchas?
Henry David Thoreau dijo: «Nuestra vida se desperdicia en los detalles… simplifica, simplifica, simplifica.»
Eleanor Roosevelt, esposa de Franklin D., presidente no. 32 de los Estados Unidos, dijo: «Un poco de simplificación sería el primer paso hacia una vida racional.»
Entonces, ¿cómo podemos comenzar a simplificar?
•Organiza las cosas. Pon tu calendario, tus responsabilidades y tu vida en orden. Cada diez minutos que pasas buscando algo son diez minutos desperdiciados.
•Evalúa tu actividad. Estar ocupado puede crear la ilusión de logro, pero es tiempo perdido. Cerciórate de que todo lo que hagas te acerque a tus metas.
•Aligera la carga. Tener demasiado de todo consume mucho tiempo y es antieconómico.
• Apaga la TV. Un día sin TV trae descanso a una agenda apretada.
No permitas que tu negocio, tus amigos o tu calendario te controlen. Hazte cargo de tu vida. Luego podrás dar al Señor el tiempo que Él merece y disfrutar de tu relación con Él. —DCE