En abril del 2006, un hombre intentó saltar desde la parte superior del edificio Empire State.
En el último minuto, los guardias de seguridad le detuvieron y la policía de la Ciudad de Nueva York le acusó de imprudencia temeraria en primer grado. Posteriormente, un juez retiró los cargos, haciendo notar que el hombre había tomado medidas para garantizar la seguridad de los demás.
Este hombre se llama Jeb Corliss. El deporte extremo que más le gusta es saltar desde las estructuras más elevadas del mundo con un paracaídas amarrado a su espalda. Anteriormente a este intento en el Empire State, él ya había realizado tres mil saltos exitosos, entre los que se incluían otros desde las Torres Petronas en Kuala Lumpur, la Torre Eiffel, y el Puente Golden Gate.
Un salto más peligroso
Con todo lo peligroso que pudiera parecer el deporte extremo de Jeb, éste no llega a ser tan arriesgado como algo que todos hacemos cuando saltamos a conclusiones equivocadas en cuanto a asuntos importantes.
La Biblia nos da un ejemplo clásico de dicho salto. Sucedió alrededor del año 1400 a.C. y conlleva la importancia de uno de esos «primeros eventos» que sienta el precedente y el tono de precaución para el futuro.
Los siete años que duró la conquista de Canaán estaban llegando a su fin. Los soldados de las familias que se habían establecido al lado este del río Jordán habían vuelto a casa para reunirse con su parentela (Josué 22).
Justo cuando la paz estaba llegando a Israel, alguien en el oeste escuchó que las familias del lado este habían construido un altar enorme. Debido a que la ley de Moisés no permitía otros lugares de sacrificio que los autorizados, rápidamente se corrió la voz de que «el lado este» estaba cayendo en la idolatría. Los rumores se difundieron y los ánimos se enardecieron por un evento impertinente que parecía estar poniendo en riesgo la seguridad de toda la familia.
Tan sólo unos años antes, cuando algunos de entre el pueblo de Israel se vieron enredados en la adoración a dioses extranjeros, Dios envió una plaga que mató a 24 mil (Números 25:9). Y posteriormente, las acciones infieles de un hombre llamado Acán fueron la causa de que la ira de Dios cayera sobre toda la nación (Josué 7).
Con semejantes crisis nacionales en sus mentes, las familias del oeste procedieron con rapidez. El registro de Josué nos dice: «Cuando oyeron esto los hijos de Israel, se juntó toda la congregación de los hijos de Israel en Silo, para subir a pelear contra ellos» (Josué 22:12).
Silo significa «lugar de descanso». Pero los que estaban allí reunidos estaban listos para librar una guerra civil para defender su honor y seguridad nacional.
Palabras de sabiduría
Sin embargo, la sabiduría prevaleció antes de que ese juicio apresurado tuviera consecuencias inevitables. En el Monte Sinaí, los ancestros del pueblo de Israel habían recibido una ley que les decía qué hacer cuando surgiera una ocasión como ésa. Si alguna comunidad en Israel se volvía a adorar a otros dioses, ellos habrían de «inquirir […], y buscar […] y preguntar […] con diligencia; y si pareciera verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en medio de [ellos], irremisiblemente herir[ían] a filo de espada a los moradores de aquella ciudad, y destruyéndola con todo lo que en ella hubiera, y también matar[ían] sus ganados a filo de espada» (Deuteronomio 13:14-15).
Siguiendo estas instrucciones, el pueblo del oeste formó una delegación de líderes de familias para llevar a cabo la constatación de los hechos. Le pidieron a un hombre, quien se había ganado su respeto en una crisis anterior, que dirigiera el grupo (Números 25:1-9; Josué 22:13-14).
Respuestas inesperadas
Cuando la delegación llegó hasta donde moraban sus hermanos en el este, estaba lista para enfrentar lo peor. Acusó a las tribus del este de ignorar el pasado y de poner en peligro el futuro de toda la nación.
Luego vino la sorpresa. Después de escuchar las acusaciones, los portavoces del este tranquilizaron a la delegación, asegurándole que no tenían intención alguna de hacer sacrificios en este altar. Debido a que el río Jordán les separaba del resto de la familia, construyeron el altar como un monumento a la unidad nacional (Josué 22;24-27). Querían que las generaciones futuras recordaran su relación con toda la nación y con el Dios de Israel.
Cuando el consejo investigador regresó a casa, todo Israel celebró el resultado. El altar no era lo que se creía. Era, en palabras de sus hermanos, «testimonio […] entre nosotros que Jehová es Dios» (v. 34).
Si se hubiese obedecido a las ganas de saltar a una conclusión equivocada, muchas personas habrían muerto. Una familia se habría enfrascado en una guerra contra sí misma. El nombre del Señor habría quedado deshonrado en la región.
Saltar desde el edificio Empire State podría parecer imprudente y peligroso, incluso con un paracaídas. Pero nada es más peligroso para nosotros y para los demás que saltar demasiado rápido a conclusiones que pueden llevar a la pérdida de una reputación, la división familiar e incluso la guerra.
Nosotros mismos debemos comprobar ahora lo que aprendieron los hijos de Israel. Hay demasiadas maneras de saltar a falsas conclusiones. Escuchar tan sólo a una parte del conflicto (Proverbios 18:17), asumir la culpa por asociación (Lucas 7:34), y repetir información dañina que no se ha confirmado como si fuera un hecho ( Josué 22:11) son sólo algunos de los saltos que nos hacen daño a nosotros y a los demás.
Recordémonos unos a otros que, si un rumor es lo suficientemente importante como para causar preocupación, es lo suficientemente importante para confirmarlo.
Padre celestial, estamos tan inclinados a pensar lo peor acerca de los demás. Tenemos una historia llena de actos impulsivos y que se basan en relatos parciales. Queremos cambiar por amor a Ti y por amor a los unos por los otros. Por favor, ayúdanos a aprender los caminos de la sabiduría y la paz. Ayúdanos a ser prontos para oír, tardos para hablar y tardos para airarnos. –Mart De Haan